Entrevista de Diego Trerotola a Pablo Pérez
Moléculas Malucas reproduce esta entrevista que tuvo lugar en el seminario “Efectos virales. Respuestas artísticas y políticas al vih-sida en las últimas décadas”, organizado por el MALBA con motivo de la exposición Tiempo partido (2017) del colectivo de artistas canadienses General Idea. La entrevista integra el libro Imágenes seropositivas compilado por Francisco Lemus de próxima publicación por EDULP.
Diego Trerotola: Gracias por la invitación y felicitaciones por haber creado este seminario que vincula las prácticas artísticas en un sentido muy amplio y también al activismo para pensar la actualidad del vih/sida como una nueva forma de visibilidad. Creo que es el primer seminario de estas características en Argentina y supongo que en gran parte de la región latinoamericana. Justamente, de lo que trata este diálogo es de encontrar formas de visibilizar el vih, el sida y la cultura alrededor de eso; formas distintas, por fuera de ciertos discursos medicalizados o institucionales que en general tienden a ser un poco reaccionarios y muy profilácticos, en el peor sentido de esa palabra. Uno de los ejes que nos interesaba abordar junto a Pablo, y que empezamos a pensar cuando nos juntamos, es el de los antecedentes de Un año sin amor. Diario del sida (1998) [1]. Cómo se fue gestando ese tipo de escritura que salía de ciertos relatos que circulaban, y de hecho todavía circulan, alrededor de este tema. Obviamente, tenía la forma del diario y esa forma le da un espesor que se va desarrollando, que es pensar en el vih desde una transversalidad con otras prácticas y otras imágenes. A partir de este antecedente, vamos a rastrear un poco esa transversalidad. ¿Cómo fuiste encontrando en los discursos sobre el vih y el sida otras visiones, incluso, otras perspectivas?
Pablo Pérez: En realidad, apenas empecé a escribir el diario, lo pensé como una novela y tenía algunas consignas. Una era que fuera lo más parecido a la vida posible, por eso el formato diario y lo testimonial. Otra era entrecruzar los discursos de la sexualidad, los discursos médicos y las terapias alternativas, porque yo en esa época hacía reiki, meditación, homeopatía, tomaba flores de Bach, hice todas las terapias posibles, y me parecía que nunca había leído una novela donde esos discursos se mezclaran.
DT: Hay un discurso que para mí también es importante, que cruza todo el diario, que es el discurso literario: hay algo del orden de la literatura irrumpiendo en tu diario que es muy interesante también, como Ginsberg y una serie de citas, incluso vos como traductor de francés, trabajando sobre la poesía de otro.
PP: Eso no fue intencional, salió solo. Es mi primera novela. Yo escribía desde los 18 años y Un año sin amor se publicó cuando tenía 32. Y sí, yo tenía la intención de escribir una novela. Además de citar a Ginsberg, cito a Kafka, Rimbaud, Baudelaire, que también tienen que ver con mi experiencia en París y con el idioma francés. Y justamente París fue determinante para el tipo de libro que escribí y para el género, porque en París conocí a Lionel Soukaz [2], un cineasta que hizo un cine muy crudo y testimonial. Estaba todo el tiempo atrás de nuestro grupito de amigos, que éramos todos seropositivos, con la cámara, y a partir de eso, después de muchos años, se editó un proyecto que se llama Journal Annales, haciendo un juego de palabras con el ano y los anales. Entonces ahí estábamos Lionel, Hervé Couergou, José Cuneo y otros amigos. Cuando conocí a Lionel por casualidad en un bar gay, al poco tiempo me encontré con varios amigos suyos seropositivos y eso me dio como un colchón de contención, que para mí que estaba solo en París, de pronto fue como una mano mágica. Y además, ya que estoy, voy a hablar de estas imágenes, que en su mayoría tienen que ver con mi experiencia en París, y que tienen que ver también con cómo yo entendía la novela mientras estaba escribiendo Un año sin amor. La primera fue una campaña por el uso de preservativos, la traducción sería “los preservativos preservan de todo menos del amor”. Este fue un leitmotiv que tuve presente todo el tiempo en París: “le préservatif préserve de tout sauf de l’amour” es como una letra de canción que queda ahí dando vueltas. Y yo siempre le agregaba “y de las ladillas”.
RV, mon ami Lionel Soukaz, 1994. Fuente: Eros Militant. Vimeo.
También las campañas de Keith Haring me impactaron mucho, me impactó que un artista se comprometiera con el tema del vih, para mí era algo totalmente novedoso, y también ACT UP. Recuerdo que ACT UP París organizó una de las primeras marchas a las que yo fui por el tema del vih, y el pedido de esa marcha era que se sumará a los tratamientos gratuitos de la seguridad social el DDI (Didanosina), uno de los primeros fármacos antirretrovirales. En esa época la única medicación disponible eran el AZT (Azidotimidina) y el DDI. Había una discusión de cuál era mejor, cuál era peor, no se pensaba todavía en la combinación de tres drogas (el cóctel) que se aprobó en 1996 en Vancouver.
Mientras yo vivía en París, también salió la campaña de Benetton donde aparece un moribundo que a mí me impactó, me impactó mal. Por lo general, Benetton solía poner en sus campañas niños y niñas de distintos colores de piel y nacionalidades, vestidos de colores vivos: verde, rojo, azul, amarillo… Que utilizaran la imagen de un moribundo fue impactante. Ahora cuando miro la imagen, no veo que necesariamente ese moribundo tenga sida, quizás sí, pero puede ser un moribundo cualquiera, aunque en el contexto en el que emergió esa campaña, la relación era bastante clara.
DT: Se había dicho que el hombre fotografiado estaba muriendo de vih, fue un tema que generó una discusión pública. De hecho, uniendo ACT UP y la campaña de Benetton, una de las primeras protestas de los activistas en Nueva York fue repartir unos panfletos en el MoMA donde tenía lugar la exposición Fotografía de personas de Nicholas Nixon. Una de las secciones dentro de la muestra se llamaba Fotografías del sida, cambiaban la palabra persona por sida y mostraban solamente gays moribundos. La acción de ACT UP proponía dejar de mostrarnos y empezar a escucharnos, un reclamo clave en la era reaganiana del silencio (silencio = muerte) que buscaba contrarrestar el sentido común que decía “sida = muerte, sida = gay = muerte”, que era la forma de estigmatización social hacia la comunidad gay. Y esa foto se enmarca justamente dentro de esa política de sobre exhibición del sida = muerte, que era una política de la época. Entonces, obviamente, toda la comunidad salió a enfrentar a Benetton de la misma manera que enfrentaba al arte que exponía al sida desde ese lugar.
PP: Y de esa campaña también salió otro afiche publicitario, el que mostraba una nalga sellada con la sigla “HIV”, que también era estigmatizante. Se podía relacionar al número tatuado en los brazos de los judíos de los campos del Holocausto. Y después, cuando salió Un año sin amor, la primera edición, la editorial decidió sacarla con esa franja amarilla que decía “HIV positivo”, (una amiga me dijo “¡se copiaron de Benetton!”), como estrategia de marketing para vender el libro, con la cual yo no estuve de acuerdo desde el principio. Bueno, desde el principio no, en realidad fue una sorpresa, vi por primera vez el libro con esa franja y pensé “¿Esto qué es?”, porque también me daba como una sensación de estigma ponerle al libro esa franja que decía “HIV” como si fuera un libro seropositivo. En vez del subtítulo Diario del sida, en su momento yo había propuesto otro, porque mi idea, más que exponer el sida era exponer todo, o sea la vida gay, los contactos, la sexualidad, el sadomasoquismo, las terapias alternativas, la vida espiritual. Yo había elegido un título que capaz no era tan bueno, porque finalmente “DIARIO DEL SIDA” resultó ser un subtítulo útil, pero yo proponía El cortocircuito gay, porque daba cuenta de los encuentros y los desencuentros, y qué pasaba cuando alguien decía que era seropositivo y cuál era la reacción del otro, y el circuito que era el de los cines porno, de las discos, de los avisos de contactos, para mí era el cortocircuito gay porque era como una ruptura. Y bueno, apareció “Diario del sida”, que a mí en su momento no me gustó, después resultó ser útil porque el libro por eso tuvo mucha difusión. A través de eso, la gente que estudiaba la temática llegó al libro, y de hecho se escribieron varios ensayos sobre Un año sin amor o donde aparece mencionado como bibliografía. Quizás si no hubiera tenido ese subtítulo, el libro habría pasado desapercibido.
Dentro de estos antecedentes, para mi fueron importantes los dibujos de José Cuneo [3], uno de los amigos que conocí a través de Lionel Soukaz, por eso digo que fue muy importante para mí ese grupo y todo lo que siguió después, en mi relación con el vih. Yo empezaba a conocer los bares leather de París, y uno de los dibujos de Cuneo me causó mucha gracia, aparecía un dibujito del virus y un leather master colgándolo arriba de un sling como si fuera un adorno navideño. Lo que me parecía sorprendente era poder hablar del vih/sida y de la sexualidad al mismo tiempo, y de prácticas sexuales diversas, porque lo que yo encontraba en las campañas era que casi todas se referían al uso del preservativo: “usá preservativo, no compartas el cepillo de dientes ni las maquinitas de afeitar”. Las campañas no variaban mucho de eso. Entonces yo me decía “¿qué pasa con el sexo?”, porque aparte es fundamental hablar de sexo, vih, vías de transmisión, cuáles son las prácticas de riesgo, cuáles son las prácticas que no son de riesgo. Y hubo una campaña (lamentablemente no encontré una postal que guardaba en un lugar especial y justo esas cosas que uno pone en un lugar especial se pierden), que era una campaña de prevención de vih, con una foto de un leather master y un esclavo, y abajo decía “Relación amo y esclavo: sexo sin riesgo”. Entonces ahí se me ocurrió, o descubrí, que hay muchas prácticas sexuales sin penetración y sin riesgo, sobre todo para los que son más fóbicos, porque había gente que con el uso del preservativo no tenía problema en relacionarse sexualmente con un seropositivo; pero había, y creo que sigue habiendo, gente que es muy fóbica al virus y que cuando se entera de que alguien es seropositivo no accede a tener sexo ni siquiera con preservativo, directamente es como si el sexo fuera algo de riesgo incluso con preservativo. Ahí empecé a pensar cuales eran todas las prácticas del sadomasoquismo que no incluyen penetración y son muchísimas: las ataduras, el fist fucking, que sí es una penetración pero con el puño y por lo tanto sin semen, el juego de amo y esclavo, la adoración de pies, los fustazos, en fin, hay un montón de prácticas que a mí me parecían interesantes como propuestas de sexo sin riesgo, además del uso del preservativo.
DT: Además, en las historietas de Cuneo está el humor, salirse del relato del sida como un lugar de muerte. Eso también está en tus libros, mucho humor para pensar el vih.
PP: Claro, desdramatizar la cuestión. En sus dibujos el humor está presente, por ejemplo el del gay con su frasquito de AZT en la alacena y su perrito al lado, por mencionar alguno. Me parecía importante poder hablar así del vih y Cuneo para eso es genial. Él había empezado a trabajar en el Gai pied, que era una revista de temática gay de París muy importante. Antes que Cuneo, ahí publicaba historietas Copi [4], que también era muy amigo de Lionel Soukaz. O sea que también en mi nuevo grupo de amigos con vih, estaban presentes todos los fantasmas de los amigos que habían muerto por el vih, era una conjunción muy extraña. Después de la muerte de Copi, el Gai pied quedaba sin su página de humor, un vacío muy difícil de reemplazar, y justo apareció José Cuneo con sus dibujos, entonces esa página de humor que dibujaba Copi la pasó a dibujar Cuneo. Cuando cerró el Gai pied, apareció la revista Têtu, yo decía que era como una Para Ti gay, porque no había imágenes de sexo explícito. Los dibujos de Cuneo no tenían lugar ahí. En muchos de sus dibujos hay mucho sexo explícito y también aparecía la cuestión del vih. Según lo entendí yo, a los de Têtu- les parecía que eso no era para su público.
En los dibujos de José, que han sido también utilizados en campañas de prevención, encontramos el látex en sus distintos estados, como en los dildos, las máscaras o las botas de goma, es decir, formas de hablar del vih desde otro lado. Eso me parecía mucho más impactante que esas campañas reiterativas: “usá preservativo, usá preservativo”, que estaba bien que existieran, pero yo pensaba: usar preservativo es la forma de prevención, pero ¿qué pasa con las personas que ya tenemos vih? Porque en esa época había muy poca información y mucha gente a la que se le diagnosticaba vih positivo decidía retirarse de la vida sexual. Entonces me parecía importante reflejar de algún modo que una persona seropositiva podía tener una vida sexual plena, divertida y sin drama.
DT: Sí, justamente, tiene que ver con que las campañas están pensadas desde el punto de vista del sano, entre comillas, y siempre se piensa “cuidate del vih”. Incluso, creo que todavía hoy no hay campañas masivas en relación a personas que viven con vih. Nunca está el punto de vista de las personas que viven con el virus, ni en las campañas ni en los discursos oficiales, siempre nos tenemos que cuidar de. Entonces, creo que uno de los valores de tu libro, Un año sin amor, es la primera persona y el punto de vista de una persona que vive el vih pensando una nueva forma o nuevas formas de sexualidad, siguiendo con algunas prácticas y creando nuevas prácticas a partir del virus.
PP: Claro, a mí me parecía que en las campañas había un tema que no se abordaba: cómo es la vida siendo seropositivo, después del diagnóstico. Entonces en Un año sin amor también estaba ese objetivo de visibilizar a una persona viviendo con vih. Lo mismo que cuando empecé la columna en Página 12 en el suplemento Soy, la columna “Soy positivo” [5]. Ahí lo que me parecía importante era que en cada una apareciera el vih al menos mencionado, y las experiencias de distintas personas viviendo con vih. Me parecía un tema sobre el que había que insistir, antes habían sido las columnas de Marta Dillon en su columna “Vivir con virus”.
DT: Me parece que en parte del libro Un año sin amor, una de las líneas de relato que más me interesa, es un tour de force para llegar a una comunidad de personas viviendo con vih. O sea, es un diario muy solitario, más de desencuentros que de encuentros sexuales, de ahí el título, pero cambia en el último párrafo, donde aparece un deseo cumplido, que a veces cuando se habla del libro no se menciona. Es un punto de llegada y lo voy a leer: “Sí hay un deseo que se cumplió sin que yo haya puesto demasiada expectativa en ello. Algún día escribí en este mismo diario que necesitaba un buen médico. El otro día cenamos juntos todos los pacientes con vih del doctor Rizzo, convocados por él, una demostración de amor que necesitábamos. Entre risas y vinos las chicas empezaron a hacer preguntas sobre un médico del hospital que les gustaba, yo conté que me daba morbo el radiólogo, y algunos de los demás chicos, un poco más tímidos, se soltaron hablando de las tetas de la psicóloga del hospital. Nunca pensé que nos divertiríamos tanto, sobre todo con la nueva patente del auto del doctor Rizzo, cuyas tres letras forman la palabra SEX”. Hay como una inversión: el discurso médico termina habilitando el sexo plural en esa mesa, y también una comunidad desregulada en relación al vih. Y eso es lo que decías, ahí se relaciona con estas nuevas columnas donde hay más un diálogo con otras personas, como el comienzo de una comunidad o una red que tiene que ver con la situación seropositiva, que es un relato que empieza en este libro.
PP: Sí, el doctor Rizzo fue mi médico y me pareció un médico extraordinario justamente por ese espacio que nos daba a sus pacientes. El doctor Rizzo es neumonólogo en el Hospital María Ferrer y atiende a pacientes con problemas neumonológicos y vih. En esa época, cuando festejaba su cumpleaños, nos invitaba a todos, y se creaba como una especie de cofradía. Me parecía único, los médicos no suelen involucrarse tan personalmente con sus pacientes. De hecho entre las notas que escribí para Soy hay una que se llama “Mi médico y yo” (2010) [6], donde cuento un poco esa historia. Y el tema de los grupos de personas con vih aparece también en Querido Nicolás (2016), que es la última novela que publiqué pero en realidad es la primera que escribí porque es la recopilación y edición de unas cartas que yo mandaba cuando vivía en París a mi mejor amigo. Como en esa época todo era escrito a mano porque todavía no había internet, le pedía que me las guardara, porque eran cartas para él pero también eran mi diario de viaje. Entonces mi idea era hacer un libro con eso y tardé muchos años en poder enfrentar esas cartas, tipearlas y editarlas, porque me daban un poco de vergüenza, era medio raro.
DT: A Nicolás es a quien le dedicaste el libro Un año sin amor.
PT: Claro. Y ahí en Querido Nicolás lo que surge es la aventura. No estaba planeado porque eran cartas. Yo había salido a vivir para escribir un libro. No era que escribía mi vida, sino que había salido a tener una vida para escribirla, entonces las cosas iban apareciendo en el camino y en el medio apareció el diagnóstico de vih positivo. Cuando apareció el diagnóstico, yo estaba prácticamente en situación de calle, no tenía domicilio fijo, iba viviendo en casa de uno, en casa de otro, y en un momento se me ocurrió ir a Aides que era una asociación de lucha contra el sida donde había unas reuniones que se llamaban reuniones de convivialité [convivialidad]. Fui a una de esas reuniones y me deprimí, porque había gente que estaba muy mal de salud (en esa época todavía no se había encontrado la solución al sarcoma de Kaposi, que me daba mucha impresión) y no logré conectarme. Me acuerdo que había unos jugos de sobre con unos vasos de plástico, y unas ramas de apio para mojar en salsas, sería como una propuesta de cóctel sano, no sé, era medio extraño. Me daba la sensación de que era una forma de evasión, las conversaciones eran más para evadirse que para divertirse. Yo quería encontrar un grupo donde uno pudiera divertirse, que es lo que pasó cuando conocí a Lionel, a José Cuneo, a Hervé, que tenían otra forma de entender cómo vivir con virus.
DT: Volviendo a las campañas de José, y las imágenes de sexo explícito que aparecen en ellas, es interesante saber que todas fueron auspiciadas por el Estado y algunas organizaciones no gubernamentales.
PP: Sí y fueron efectivas. En París hay muchos bares gay que son de barra, entonces estas campañas estaban pegadas en las paredes de los bares gay, y cuando uno estaba solo en la barra tomando una cerveza se encontraba con un dibujo que llamaba la atención, entonces se ponía a leer y resultaba ser una campaña de prevención. Por ejemplo, recuerdo una historieta que trata de alguien que organiza una fiesta por la inauguración de su casa, se arma una partuza, y cuando se despierta con resaca, el tipo se da cuenta de que no había usado preservativo y se dice “estuve en una situación de riesgo”. Entonces todo está abordado desde el humor, pero también queda planteada la temática de qué pasa cuando uno se va de copas y en estado de ebriedad accede al sexo sin preservativo.
En otra historieta, unos años más adelante, aparecía el tema de las parejas serodiscordantes después de que saliera la triterapia y el tema de la carga viral indetectable. Este avance de las triterapias, mucha gente lo tomó como una vía libre para volver a coger sin preservativo [7]. Más allá de esto, la vuelta a las relaciones sexuales sin preservativo abrió de nuevo la puerta a la sífilis y a otras enfermedades de transmisión sexual.
DT: De eso hablaste en algunas columnas del suplemento Soy de Página/12.
PP: Sí, porque también me pasaba que cuando chateaba en sitios gays de contactos, algunos me proponían tener sexo sin preservativo, entonces yo les decía “mirá que tengo vih pero también tengo hepatitis b y hepatitis c”. Casi nadie estaba enterado de que estas hepatitis eran también de transmisión sexual. A mí me parecía que la hepatitis era gravísima. Ahora hay tratamientos con los que se controla o incluso se cura. Mucha gente piensa “bueno, tengo vih, así que puedo coger con otras personas que tienen vih, ya me agarré todo lo que me podía agarrar”, pero varias de las personas con las que hablaba no sabían del riesgo de transmisión de la hepatitis. Entonces muchas veces no levantaba, no garchaba, pero me sentía bien porque terminaba haciendo un aporte, explicándole a alguien que además del tema del vih estaban estas otras enfermedades.
DT: Tiene que ver con cómo circula el sida socialmente, que está tan cargada la palabra y la enfermedad, que uno piensa que tiene sida y ya está, no puede tener nada peor o que te inmuniza de otras enfermedades. Es un absurdo, como si el sida fuese una meta-enfermedad que ya contiene todas las enfermedades. Cambiando un poco de tema, pensando algunas de las obras que hay en la muestra ¿cómo fue tu experiencia con la medicación?
PP: Viendo la exposición de General Idea, tuve un flash, porque aparece una pastilla gigante de AZT [8], justo la pastilla que yo describo en Un año sin amor. La pastilla que en su momento tomábamos tenía un unicornio que era el logo de la farmacéutica Glaxo Wellcome ¡Tomaba una pastilla con un unicornio que me decía “Welcome”! Pensaba que estaba entrando a un mundo mágico, me parecía una pastilla sacada de Alicia en el país de las maravillas. Una pastilla que decía: tómame. Fue una pegada del que la diseñó, era hermosa. Recuerdo la serie de fotos de Alejandro Kuropatwa, Cóctel (1996), que fotografiaba las pastillas como si fueran joyas, bueno él también tenía esas fotos de damas de la alta sociedad con collares carísimos. Y de pronto saca las pastillas del cóctel fotografiadas como si fueran joyas, pero aparte el precio lo justificaba, porque son tratamientos muy caros.
DT: En algún lado, creo que decís que la pastilla es como una obra de arte de los 90. Aunque también en algunas obras hay una estetización, incluso desde el discurso médico. Lo que comentás sobre el AZT, es realmente estilizar una pastilla. Y de hecho sobre la palabra cóctel vos proponés: “¿lo llamarán cóctel para volverlo atractivo, que uno se imagine un delicioso néctar en una copa de cristal con dos cerecitas?”. Esto que decis se relaciona con las fotos de Kuropatwa que mencionaste. Quizás, se estiliza un poco el discurso médico. En Un año sin amor vos trabajás con otro registro, un poco más documental y no estilizado, una literatura más visceral. Ahí también hay un juego.
PP: Me interesaba también la novela como un registro de cómo podía vivir una persona en los años 90 con vih teniendo determinadas prácticas sexuales, como una bitácora, así como el capitán del barco lleva una bitácora, yo pensaba la imagen de un extraterrestre que llega y no hay nada y mira cómo vivía la gente a través de los libros o a través de las obras. El valor documental del libro ya era suficiente, lo pensé como una novela, pero para mí ya hacía válido el libro esta idea de documento de la vida de una persona durante un año.
DT: Cuando salió la película de Anahí Berneri que adaptó tu libro, recuerdo que señalé que los noventa están representados por un montón de cuestiones, una transversalidad de temas que tienen que ver con la burocracia médica pero también la burocracia de esos años, como el trámite para obtener el número de CUIT, la constancia para tributar. Marcas de una época.
PP: Está el tema de entrar al sistema médico, las asistentes sociales, etcétera. En la novela hay tipeado textual un documento que hizo una asistente social para que pudiera acceder a una pensión no contributiva, que ahora es el gran tema. Porque yo había llegado de París, pesaba 54 kilos y había estado internado en el Hospital Argerich con una neumonía gravísima. Hasta ese entonces me negaba a tomar el cóctel, porque en París había un criterio según el cual, a partir de los 500 CD4 [9] uno estaba bien y no necesitaba tomarlo. Ahora nos dan el cóctel a todos para contener la epidemia y justamente obtener el resultado de carga viral indetectable; entonces se medica más allá de que el sistema inmunológico esté bien o esté mal. Pero en esa época en París, si uno tenía de 500 CD4 para arriba, estaba bien, no necesitaba el cóctel. Y yo tenía más de 500 CD4. Cuando acá los médicos me quisieron dar el cóctel, al principio no les hice caso, para mí París tenía más autoridad que Buenos Aires, por esa cosa europeizante afrancesada que yo tenía. Pero bueno, me parecía que si en París decían que no, que no había que tomarlo, acá qué iban a venir a decirme que tenía que tomar esa porquería. Y fue el doctor Rizzo el que me convenció. Aparte no fue sólo eso lo que me convenció sino que en el medio, que también surgió como lo imprevisto (otra condición de la literatura, que aparezca algo extraño e imprevisto), apareció el cóctel de tres drogas, entonces ahí las posibilidades de estar bien fueron mayores.
DT: De hecho hay gente que murió por las dosis de AZT que, a la larga te destruía la médula ósea. Por las dosis altas que te daban al inicio de los tratamientos experimentales surgió el miedo al AZT, que es algo muy de los noventa, que está en tu libro, y está documentado, cómo la medicina experimentaba con los pacientes dándoles una cantidad demencial de medicamentos.
PP: Volviendo a las representaciones del vih, tenemos esta imagen que trajo Diego, que es increíble.
DT: Es una imagen que encontré cuando nos invitaron, traté de pensar cómo ilustrar esta charla con algo que me llevase directo a todos los textos de Pablo. Y encontré esta obra de un fotógrafo que se llama Mark Chester, que hizo fotografías de bondage y BDSM. Esta es una de las obras más conocidas y polémicas: es Robert Chesley, una persona erotizada con sarcoma de Kaposi, y que, de alguna manera, enfrentaba todas las políticas de las fotos moribundas de personas viviendo con vih, personas desexualizadas y solitarias. Está en cuero pero luego se viste de superhéroe, y está al palo todo el tiempo mientras se está vistiendo, y además termina atado con el fetichismo del bondage. Es una forma absolutamente erótica de mostrar un cuerpo surcado por el sarcoma, un cuerpo erótico, dispuesto a seguir gozando del sexo. Me parece que tiene que ver mucho con la obra de Pablo: es una versión gráfica de su literatura. Y de hecho Pablo tiene un fetiche (que yo comparto) con los luchadores de catch y el uniforme del luchador. Es un fetiche que marcó mi infancia, supongo que la de Pablo también, y en la foto también hay algo de luchador.
Diego Trerotola (Barracas, 1974) es periodista, activista queer y docente. Escribió en decenas de medios desde 1996 y algunos de sus textos fueron incluidos en más de veinte libros editados en Argentina, España, Corea del Sur y Polonia. Escribe en el suplemento Soy del diario Página/12 desde 2008. Fue programador y curador de festivales de cine en Argentina, Austria, España y Estados Unidos. Actualmente dirige Asterisco Festival Internacional de Cine LGBTIQ.
Pablo Pérez (Buenos Aires, 1966) es autor de Un año sin amor (Perfil, 1998; Blatt & Ríos, 2012, 2015 y 2018), llevada al cine por Anahí Berneri (2005); El mendigo chupapijas (Mansalva, 2005); Querido Nicolás (Blatt & Ríos, 2016) y Positivo. Crónicas con VIH (De Parado, 2018, 2020). Publicó además en diversas antologías y revistas, y como colaborador permanente del diario Página/12. Desde 1999 es capacitador del área Letras y Comunicación del Centro Cultural Rojas (UBA).
Notas al pie
[1] Escrita entre 1996 y 1997, la primera edición de Un año sin amor fue publicada por Perfil, sus ediciones posteriores han salido por la editorial Blatt & Ríos. En 2005 fue adaptada al cine bajo la dirección de Anahí Berneri.
[2] Lionel Soukaz (París, 1953) es un cineasta francés. En los años setenta comenzó a filmar en Super 8 películas underground de temáticas homosexuales y crítica social. Varias de sus obras toman la forma de diarios filmados. Ha dirigido numerosos cortometrajes y largometrajes, entre ellos Race d'Ep, un siècle d'images de l'homosexualité (1979) con Guy Hocquenghem, Maman que Man (1982), RV mon ami (1994) y Bouts Tabous (2000).
[3] José Cuneo (Buenos Aires, 1965) es un historietista, ilustrador y pintor argentino radicado en París desde 1986. Ha colaborado con las revistas Pif-Gadget, Gai pied, Globe, Yeti, entre otras. Se destacan sus historietas que conjugan el humor y la educación sobre el vih/sida. En 2017, la editorial Edhasa publicó en español la novela gráfica El tigre (2014) ilustrada por Cuneo a partir del texto teatral de Alfredo Arias.
[4] Gai Pied (1979-1992) fue una revista fundada por Jean Le Bitoux clave en la visibilidad del movimiento gay en Francia. La revista era editada por el grupo Éditions du Triangle Rose e impresa por la Liga Comunista Revolucionaria. Además de Michel Foucault, quien participó del primer número, la publicación contó con las colaboraciones de Yves Navarre, Guy Hocquenghem y Renaud Camus. Copi (Raúl Damonte Botana), historietista, escritor y dramaturgo argentino radicado en París desde 1962, publicó sus historietas en la revista hasta su fallecimiento por causas relacionadas al sida en 1987.
[5] En 2018, las columnas fueron compiladas y publicadas por la editorial De Parado bajo el título de Positivo. Crónicas del vih.
[6] Disponible en Suplemento Soy de Página12.
[7] Posteriormente al Seminario “Efectos virales”, la comunidad científica determinó que una persona con carga viral indetectable no transmite el virus (indetectable = intransmisible).
[8] En la exposición se mostraron dos obras relacionadas a los fármacos: Un año de AZT y un día de AZT (1991) y Pharmac©pia (1992). Se hace referencia a esta última.
[9] El número de linfocitos CD4 indica la salud del sistema inmunitario de una persona.
Esta entrevista integra el libro Imágenes seropositivas. Prácticas artísticas y narrativas sobre el vih en los años 80 y 90 compilado por Francisco Lemus de próxima publicación por EDULP.
Autor*s: María Laura Rosa, Mario Cámara, Fernanda Carvajal, Alicia Vaggione, Gabriel Giorgi, Mariano López Seoane, Javier Gasparri, Equipo re, Sol Henero, Luis Matus, Olivier Debroise, Jorge Gumier Maier, Roberto Jacoby, Marta Dillon, Mariana Enríquez, Pablo Pérez, Diego Trerotola y Francisco Lemus.
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