Por Pabli Balcazar*
Durante décadas gran parte de nuestras letras mariconas circulaban por las húmedas páginas de las revistas pornográficas. Ellas fueron bomba y refugio, y también la ventana potencial a otros mundos posibles, en donde el pronunciar la palabra sexo no ruborizaba ni hacía tragar la propia saliva, sino tal vez la de otros.
¿Cuánt*s comenzaron haciéndose la pregunta mientras hojeaban los culos de algún pasquín? ¿Cuánt*s sentían que hacían cómplice de su pecado nefando a algún kioskero en ese primer momento en que pidieron una revista llena de muchachos desnudos en poses poco decorosas? ¿Cuánt*s encontraron en las revistas de pornografía heterosexual pequeños intersticios de mariconez? ¿Cuánt*s aún guardan en archivos o en el cajón de la ropa interior los recuerdos de un deseo latente plasmado en papel y tinta?
De niño era toda una aventura buscar entre cajones y cuartos de guardado, como un pequeño arqueólogo del morbo sin ningún respeto por la propiedad privada. La casa de mis abuelos era el lugar que siempre me proveía de los más grandes tesoros: en los cajones de mi abuela encontraba cartas viejas, bisutería, fotos de parientas ya fallecidas, perfumes, abanicos y guantes de alguna bisabuela, todas esas texturas y colores en los que buscaba aquellos territorios de señora que siempre había querido habitar y que hasta ese momento me eran prohibidos. Esos lugares que demoré años en encontrar para poder usar mis propios abanicos, tapados y collares.
En paralelo al mismo mueble en los cajones de mi abuelo había medias, facturas, una pipa que jamás usó, y revistas pornográficas: la mayoría de aquellas revistas eran provenientes de Argentina como Destape y Eroticón. Además tenía la maqueta de una revista erótica de la cual no recuerdo el nombre. Nunca le pregunté de dónde salió esa maqueta, y nunca supe cual es la historia detrás; creo que era un silencio mutuo, mi abuelo sabía que yo revisaba sus cajones y yo sabía que tenía pornografía pero ninguno decía nada. La maqueta estaba diagramada a mano, anillada sobre cartones grises, las imágenes, los textos y algunas títulos de la tipografías estaban pegados sobre las páginas. Dentro contenía una entrevista a Horacio Guarany, un reportaje sobre aviones con chicas vestidas de azafatas mostrando las tetas y una nota que se llamaba el sexo rojo: un artículo anticomunista con fotos a doble página de mujeres rubias con fotos de Stalin y Lenin cubriendo sus sexos.
Mi favorita de aquellas era la revista Destape. Me fascinaba una fotogalería donde fingían una lluvia dorada a todo color y una sección llamada Pan con pan, la cual era solo una foto a toda página de muchachos mostrándos sus torsos y sus sexos; me demoré muchos años en comprender qué significaba eso de Pan con pan. Pero por sobretodo disfrutaba leer con dedicación la sección de contactos que se llamaba Los clasificados del sexo, donde juntando letra por letra iba leyendo búsquedas y pulsiones de hacía 30 años atrás. No sé bien qué fue primero: ese miedo republicano de no aprender nunca a leer o el miedo a que me pillasen leyendo aquellas revistas. Porque esas revistas, además del poemario Ternura de la Mistral y un audiolibro de El Rey León, fueron mis primeras lecturas.
Los clasificados del sexo estaban divididos en secciones, donde cada letra representaba una categoría de búsqueda. La M para mujeres que buscan hombres, la C para parejas que buscaban mujeres, la E para hombres que buscaban parejas, la A para mujeres que buscaban mujeres y la Y “hombre que busca hombre”. Bajo la Y había un anuncio que leía una y otra vez. Era el anuncio de un joven del interior recién llegado a Buenos Aires, se describía a sí mismo tímido y anunciaba que buscaba conocer a otro similar para amistad o lo que surja, preferiblemente lo que surja.
En aquella época aún no se me pasaba por la cabeza vivir en otro lugar que no fuese la casa de mis padres, o en otra ciudad que no fuese Santiago, en otro país que no fuese Chile o en otro deseo que no fuese heterosexual.
Entrando en la adolescencia seguí revisando cajones, ahora con otros objetivos. Los cajones de mi abuela iban armando una genealogía de mujeres temerosas y temerarias entre las cuales comencé a buscar mis propias raíces, y ahora las revistas de mi abuelo me daban otra búsqueda mucho menos ingenua e instintiva.
Un día de visita en su casa, con más cuidado porque ya no tenía la impunidad de la primera infancia, me reencontré con esas revistas, me reencontré con la lluvia dorada, con el sexo rojo, con la entrevista a Guarany, con el rubio del Pan con pan (aunque todavía faltarían años para que cayera en la cuenta de lo que significaba) pero también con los anuncios de contactos y con ese mismo joven tímido que pedía una respuesta.
Yo ahora era un proto joven tímido en busca de respuestas, amistades y eso que surgiría. Entonces decidí, en un gesto sin precedentes, responder su anuncio aunque supiera que esa respuesta nunca sería leída. Sin quererlo comencé un diario de mi propia mariconería, aunque en aquella época no pensaba que lo que escribía podía interesarle a alguien, siempre me gustó escribir cartas como una muestra de afecto o un gesto íntimo y epistolar.
Con los años me transformé en un trolito no tan tímido que había migrado de Santiago a Buenos Aires. Un día me llegó la noticia de que mi abuelo había tenido un infarto y entre otras cosas recordé esas revistas, los anuncios y la carta. Aquella carta se había perdido como muchos de los archivos personales de nuestra mariconez.
Decidí volver a escribir otra carta en donde le contaba al joven provinciano que yo también había migrado a esa misma ciudad y me preguntaba qué habría sido de él en todos estos años. No dejaba de preguntarme si habría sobrevivido a esos años dolorosos cuando el bicho y la indiferencia de los estados se llevaron a cientos de miles de mariposas y mariposones, si habría visto derogarse los códigos contravencionales, si habría ido a alguna marcha del orgullo o si festejó lo del matrimonio igualitario. Pero sobre todo me preguntaba si ese anuncio había sido respondido.
Hoy ya soy más vieja que el chico del anuncio, él siempre tendrá 24 años y aunque siempre estoy tentada en volver a escribirle, ya no lo pienso con tanta nostalgia porque estoy segura de que el mundo está lleno de morbosos tiernos, y más de alguno habrá respondido a ese anuncio.
Tampoco me quiero preguntar si está vivo, ya no es relevante. Porque vive en todas las maricas viejas y las no tan viejas que alguna vez escribieron anuncios buscando follar o amar, o ambas o lo mismo. Pero también vive en nosotr*s, en los trolos que nacimos después que la OMS dejara de patologizar nuestros deseos e identidades, y que aprendimos de l*s que vinieron el bello oficio de la mariconería.
En esos cajones no solo armé una genealogía de mujeres putaendinas (mi bisabuela venía de un pueblo llamado Putaendo, cerca de San Felipe en el Valle del Aconcagua) sino que también y sin saberlo fue mi primer paso a pensar una genealogía maricona, de la que estoy igual de orgulloso.
Este año recuperé algo de esa historia en la creación de una publicación llamada Maricones del mundo uníos y escupíos, una revista-fanzine que retoma las estéticas de antiguas revistas eróticas de entre los sesenta y los ochenta, donde escriben distint*s maricones de América Latina. En ella también hay una sección de contactos, pero que sin duda no puede competir con las apps de encuentro de hoy en día.
Maricones del mundo está en parte dedicada a cada uno de los trolos, fletos y maricas que pusieron sus plumas y deseos en un anuncio de contactos y a los que tal vez siempre soñaron con escribir uno pero no se atrevieron o no pudieron.
Es un beso cómplice a los trolos que resistieron y desearon intensamente en cada uno de sus tiempos y territorios, rebuscando entre los intersticios de la norma, y que resquebrajaron sus pilares en cada beso cuneteado, en cada lamida furtiva y en cada garche clandestino.
Para ell*s, para nosotr*s y para l*s que vendrán, las revistas y los archivos seguirán siendo una conexión con nuestra historia y con un pasado vivo que sigue deseando y resistiendo en medio de las páginas manchadas de nuestro.
*Escritor, activista y editor de Maricones del mundo uníos y escupíos.
Corrección: Fabrizio Arias Lippo.
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Cómo citar este artículo:
Balcazar, Pablo. “Pequeño destape epistolar".
Moléculas Malucas. Agosto, 2020.