Entrevista a Luis Troitiño
Luis Troitiño, cofundador en 1967 junto a Héctor Anabitarte del primer grupo político homosexual de habla hispana, cuenta su experiencia como activista y relata la vida marica en épocas de persecución. Desde 1976, fecha en que abandonó su militancia homosexual, no hablaba del tema, y lo hace ahora por primera vez para Moléculas Malucas.
Por Juan Queiroz
Son las diez de la noche de un sábado de invierno en una avenida del conurbano bonaerense y Luis Troitiño baja la persiana de su pequeño kiosco. Una estrecha escalera caracol de chapa conduce a una piecita en un entrepiso con una cama rodeada de bibliotecas: Gore Vidal, Truman Capote, André Gide, Oscar Wilde, Marcel Proust son algunos de los autores que se alcanzan a leer en los lomos. Allí, con sus 87 años, vive y trabaja Luis. La lectura, con la ayuda de una lupa, y la música son su mundo. Está entusiasmado con su primera entrevista y me invita a pasar a la cocina, donde nos sentaremos a conversar durante largas horas sobre el recorrido de su vida y sobre cómo se forjó la historia de nuestra historia.
- Luis, fuiste cofundador del primer grupo político homosexual de habla hispana y en tu casa se imprimía el boletín "Nuestro Mundo", el primero de la prensa liberacionista homosexual en español. ¿Por qué hasta ahora nunca hablaste del tema?
Yo la verdad que en esa época no era consciente de la importancia de lo que estaba haciendo, y mucho menos que vendrían a buscarme para charlar del tema 50 y pico de años después (se ríe). Nuestros nombres no figuraban en los boletines que publicábamos, eran clandestinos, tal vez por eso nunca vinieron a entrevistarme. Y aparte no es nada fácil encontrarme, no uso internet ni esas cosas, y tampoco aparezco en ningún lado. Por otra parte abandoné la militancia en los años 70 y perdí contacto con muchos compañeros.
- ¿Cómo fue tu infancia en Tucumán?
Yo nací en 1932 en Villa Alberdi, al sur de la provincia de Tucumán. Mi padre, que era ingeniero químico, murió cuando yo tenía 8 años y con mi madre y mis hermanas quedamos sumidos en una situación económica muy difícil. Al poco tiempo nos fuimos a la ciudad de Tucumán, en la pobreza total, y yo tuve que ser derivado a un orfanato de curas. Era insostenible la situación para mi madre, que se desvivía por nosotros. Quedé tristísimo, era una criatura y la extrañaba mucho. Pero ahí estaba internado otro niño, Juan Carlos Agüero, que se transformó en un gran amigo de la vida, y eso al menos hizo menos difícil enfrentar la ausencia de mamá. Los curas nos mandaban a los dos a limpiar sus habitaciones porque éramos fregonas hasta decir basta. Y agarrábamos sus perfumes y nos perfumábamos todas (se ríe).
-¿Cuándo decidiste venir a Buenos Aires? ¿Cómo fueron tus primeros pasos aquí?
Llegué a fines de 1947, solo y con 15 años, sin un centavo. Tenía únicamente sexto grado completo. Se me hizo muy difícil. Empecé averiguando dónde estaban los bares de los gallegos que pagaban más y quienes te daban la comida del día anterior. Les limpiaba los vidrios a cambio del desayuno y el almuerzo, sobrevivía con esas changas. Dormía en la estación Constitución, sobre la salida de Hornos, frente a la casa Palmolive, donde a la noche se juntaban los linyeras. Otras noches dormía en el tranvía 2, que iba de Plaza de Mayo a Liniers, por 15 centavos hacía los tramos de ida y vuelta y me levantaba a la madrugada del día siguiente. Deambulaba mucho por Buenos Aires, sin rumbo. Un día, andando por la avenida Santa Fe a la altura de Austria, un vigilante me para y me pregunta qué andaba haciendo. Le respondí como decíamos las maricas: “paseando”, y me pide el documento. Le digo que no tengo, que dormía en la estación Constitución. “¿Y no quiere trabajar usted?” Le respondí que sí, que me gustaría mucho ser mensajero, de aquellos que iban en bicicleta, impecables. “Escríbale una carta a la señora Evita, póngale que quiere entrar en el correo, que no tiene documentos, y mañana me la trae”. Entonces hago la carta con la letra cursiva inglesa que había aprendido en el asilo y al día siguiente voy a ver al vigilante, que me lleva hasta la salida de la residencia presidencial, en Austria 2549. Esperamos, y cuando salía el secretario de Perón en su auto me acerqué a entregarle la carta, que recibió sonriente extendiendo su mano a través de la ventanilla. A los pocos días recibo un sobre en la casa de una amiga polaca de Avellaneda que trabajaba en un frigorífico y que me había ofrecido poner su domicilio: “presentarse en la sucursal 34 de la calle Bernardo de Irigoyen 1532” y la firmaba el Ministro de Comunicaciones. No entré como mensajero, sino como aprendiz postal, una tarea interna.
- ¿Cómo te sentiste entrando al correo, con un trabajo estable?
Para mí fue una mutación tremenda. Pero cuando entré, enseguida noté un detalle alentador, estaba repleto de maricas y pensé, este es mi lugar (risas). Yo tenía plena conciencia de mi situación de indigencia total. El primer día me presenté con una camiseta que tenía del asilo de Tucumán y, con un hilo sisal, me até un pantalón marrón a rayas que había robado de una lechería en Rivadavia y Callao, donde limpiaba el piso a cambio de comida. Era el año 1948. Mi primer sueldo allí fue de 225 pesos ¡que era una fortuna! El día que lo cobré, mi jefe me acompañó a la casa Etam porque yo quería comprarle una pollera y una blusa a mamá. De ahí fuimos a plaza Constitución y me saqué una foto frente a una estatua con esos fotógrafos que ponían la cabeza en una funda negra. Y en una encomienda a Tucumán, puse la blusa y la pollera junto a mi foto y el resto del dinero de mi sueldo. Mi vida cambió totalmente entrando al correo, era mi libertad, ya no tenía que mendigar más. Luego de unos años fui ascendido y me trasladaron como titular de una de las oficinas.
- Eran años donde la represión anti-homosexual era intensa, ¿cómo la vivían las maricas?
Ya a mediados de la década del 50 el pánico era general, todos los homosexuales andábamos aterrorizados, el desafío era algo cotidiano. Muchas maricas tenían que amoldarse a una personalidad que no les era propia para cuidarse en muchos territorios: la
familia, el barrio, el colegio, el trabajo y encima cuidarse de la policía y de la ley. De los chantajes coimeros de la policía solo zafaba la que accedía y podía, y así, gozaba de un poco más de libertad. En una ocasión, allá por 1954, el jefe de la policía del gobierno de Perón, Miguel Gamboa, realizó una terrible cacería de homosexuales en avenidas, cafés, cines, salidas de teatros, lugares de encuentro. Detuvieron a una enorme cantidad y para ficharlos los pusieron en el patio del Departamento Central en una fila tan larga que salía del edificio y ocupaba la cuadra entera sobre la avenida Belgrano. Los raparon a casi todos y muchos fueron trasladados al penal de Devoto. Cientos de maricas peladas en el departamento de policía, fue una razia histórica. Y la prensa era cómplice, fomentaba con alarma la gran cantidad de “amorales e invertidos” que invadían las calles. Publicaban las muertes de las maricas en tono de broma y esto causaba una gracia perversa en la sociedad.
-¿Vos fuiste detenido alguna vez ?
Sí, claro. Para darte una idea, un sábado por aquella época salimos a yirar con Juan Carlos Agüero, mi amigo del asilo, al Parque Retiro, donde iban soldados y marineros. Luego fuimos a tomar unos vasos de vino a un bar sobre la vereda de la estación. En un momento Juan Carlos se va al baño y un policía se acerca a la mesa y me pide el documento: ¿qué están haciendo acá? Vinimos a tomar un vaso de vino. ¿De dónde vienen? Del Parque Retiro. ¿Cómo se llama la persona que fue al baño? Juan Carlos. Y ahí sale la otra del baño y le hacen las mismas preguntas. Juan Carlos, mientras terminaba su vino tranquilo, sin demostrarles temor les dice con la voz segura y serena: “mire querido, nosotros vinimos a tomar un vaso de vino, no vinimos a delinquir, no somos delincuentes”. Pero igual nos llevaron a la comisaría, donde nos hicieron sacar los cordones y los cinturones, y Juan Carlos, provocativo frente a los policías, me dice: “cuidado con la pollera tableada querida”. Yo tenía unos zapatos enterizos con hebilla al costado que recién se empezaban a usar. Y cuando nos meten en la celda donde había dos o tres chongos detenidos, el policía les dice incitando a la violencia: “miren a este marcha atrás los zapatos que tiene”. Yo empecé a temblar, parecía que estaba bailando un mambo. Sufría muchísimo en estas situaciones porque yo era el sostén de mi familia. Y siempre tuve ese fantasma, mi desesperación era la cárcel. Juan Carlos en cambio, con mucha presencia de ánimo me decía: “no sufras querida, ¿qué nos puede pasar más que esto?” Y esa misma noche se levantó ahí a uno de los detenidos, que era hijo de polacos. Él no arrugaba ni se escondía frente a nadie, había tenido una vida muy difícil. Cuando a la mañana siguiente nos liberan la loca me dice: “marica volvamos al Parque Retiro que me olvidé la pinza de depilar” (se ríe). Debo admitir que lo que se hacía en la clandestinidad tenía otro sabor.
- ¿Cómo era la vida social de las maricas en esa época?
Nosotros íbamos mucho al Teatro Avenida, en el centro, donde se presentaban las grandes compañías españolas. Siempre estábamos arriba, en lo que le decían “el paraíso”, era un puterío total, y cuando empezaban a sonar las castañuelas, las locas con sus mantones puestos se alborotaban todas, y el público abajo, enfurecido, pedía que nos calláramos (se ríe). Siempre estaba ahí una marica paraguaya, la Mendieta, que estaba obsesionada con el mantón de Manila y se paraba en puntitas de pie porque era bien chiquitita. Tenía una voz bellísima, y le hacíamos cantar Galopera, de Cardozo Ocampo, para que le faltara el aire, pero el puto siempre salía airoso (se ríe). A la salida íbamos a la confitería Politeama, al lado del teatro, o al bar El Cortijo, en Avenida de Mayo y Santiago del Estero, donde iban muchos españoles de las compañías de teatro y estaba repleto de maricas que hacían gran escándalo adentro y en la calle. Recuerdo que íbamos con la Agüero, con la Oscar, una marica memorable que cosía con la aguja pegada al ojo y con la Dardo, que murió ciega pobrecita. A veces a la salida del teatro había detenciones de maricas, pero no te das una idea con la seguridad que encaraban la situación, entrando a los celulares con la frente bien alta y seguras de sí mismas, todas pintadas y con sus mantones.
- ¿Cómo conociste a Héctor Anabitarte?
Sería el año 1958 ó 59. Primero conocí a su padre, que tenía un puesto importante en el Correo Central y me hablaba de su hijo que trabajaba en la parte contable del correo. Yo, aparte de mi trabajo en la sucursal haciendo contabilidad auxiliar, estaba en el sindicato de correos FOECYT (Buenos Aires), donde posteriormente fui secretario administrativo y atendía a los delegados para las elecciones. Uno de ellos, Héctor Anabitarte, venía y presentaba tal o cual problema para que lo tratáramos. Fue así como lo conocí. Teníamos un trato siempre dentro del plano gremial, él había presentado la lista marrón, una lista de izquierda. Héctor no tenía ni el más mínimo atisbo de amanerado. Yo en cambio sí era amanerado, y en el sindicato todos los delegados sabían que yo era homosexual.
- Hubo un conflicto con una mujer trans empleada del correo que cubrieron las revistas amarillistas de la época.
Pero claro, sería alrededor de 1961. El delegado de la sucursal del correo en el Congreso, donde trabajaba ella, nos presenta la situación en el sindicato. Nos decía que "un muchacho que se hizo una cirugía y quiere reincorporarse como mujer tiene inconvenientes para seguir trabajando". En ese momento esas cirugías se llamaban emasculación y era algo totalmente nuevo. El delegado también nos plantea que la obra social no le quería reconocer los gastos de la cirugía y pidió nuestra intervención, cosa que hicimos en el acto. Yo personalmente apoyaba su reclamo y me ocupé de hacer las presentaciones para Liliana Beatriz Vega, su nuevo nombre. Logramos que la obra social le reintegre los gastos y que se la reincorpore como mujer con su nuevo nombre, se le pagó todo lo atrasado, respetándole la antigüedad. Éste había sido el primer caso conocido en el país de una cirugía así. La había operado el doctor Francisco Defazio, famoso en aquellos tiempos como cirujano, que luego por este y otros casos terminó condenado a tres años de prisión.
- ¿El tener asumida tu homosexualidad en el sindicato te generaba algún problema?
Era un ámbito muy machista. Pero yo era marica cuando quería, e iba con las cejas depiladas sin piedad y hasta un poquito pintado (se ríe). Se me respetaba, jamás acepté risas ni agresiones de ningún heterosexual, eso ya era más fuerte que yo, y si pasaba, reaccionaba imponiéndome. En un momento, gente de la Comisión Directiva, de la cual yo era secretario de administración, empieza a tener una actitud hostil hacia mí porque yo apoyaba a la lista de izquierda, de Anabitarte. Esa hostilidad, que iba in crescendo, me hizo sentir mal y me retiré del sindicalismo. Con Héctor, con quien yo solo tenía trato por temas sindicales y no sabía que era homosexual, perdí contacto y no volví a verlo por un tiempo. Mientras tanto, yo seguía trabajando en la sucursal de la calle Bernardo de Irigoyen. En esa época, cada sucursal tenía a seis o siete maricas empleadas, el correo estaba infectado de maricas, eran nidos, una cosa terrible, y muchas eran muy provocadoras y escandalosas, no se escondían para nada, y a la sucursal que tenía pocas nos encargábamos de mandarle refuerzo (se ríe). El humor estaba siempre presente. Había una loca que hacía repartos entre las oficinas que usaba un guardapolvo gris, y adentro, en invierno, usaba un tapado de piel al revés con un slip abajo y cuando llegaba a mi oficina entraba diciendo permisooooo y se sacaba el delantal. En esa época ser marica y tener el coraje de no ocultarlo, era algo muy valiente, porque había que enfrentar una constante vigilancia en contra de los modos de vida que se corrían de lo heterosexual.
- ¿Cuándo te reencontraste con Anabitarte?
Pasado el tiempo me trasladan a la sucursal de Lomas de Zamora, en la calle Boedo. Entonces decido mudarme a un inquilinato en la calle Garibaldi, en Lomas también, donde tenía una gran habitación para mí con ventana a la calle, una cocina y un baño incorporados. Un día de 1964, estando en la sucursal, me avisan que había un señor que preguntaba por Troitiño. Salgo y ante mi sorpresa, era Héctor, que me saluda muy amablemente y me invita a tomar un café. Charlando en el bar, me dice que era homosexual. Yo no lo podía creer, jamás me había dado cuenta que Anabitarte era homosexual. Él no me preguntó si yo lo era porque no hacía falta, pero igual yo le dije que era desde que tenía uso de razón. A partir de entonces nos fuimos sincerando y empezamos a frecuentarnos como amigos, nos veíamos seguido. Más tarde, en 1967, me trasladaron por un tiempo al Correo Central de la Provincia de Tucumán. Y un día, aparece Héctor, ¡en Tucumán! Venía a despedirse porque había hablado con la gente del Partido Comunista y se iba a Rusia, donde él tenía contacto directo con el PC de allá. Pasamos un muy lindo día, salimos a almorzar y a recorrer la ciudad. Luego nos despedimos con mucho cariño, sentimos que era para siempre. Pero ese año regresó, muy desencantado con Rusia porque consideraban decadente a la homosexualidad. Su llegada coincidió con mi retorno a Buenos Aires, a la misma sucursal de Lomas de Zamora.
- ¿Cómo y cuándo surge la idea de agruparse y empezar a militar?
Enseguida que Anabitarte vuelve de Rusia, en 1967, me sugiere armar una agrupación, algo que jamás se me hubiera ocurrido. Yo nunca renuncié a ser homosexual porque necesitaba vivir plenamente, pero no lo hacía desde una postura política. Én cambio Héctor insistía en que teníamos que empezar a organizarnos, a armar algo para reivindicar nuestros derechos. Su insistencia despierta algo en mí y yo acepto, empecé a sentir que teníamos que salir a la palestra. En Gerli y en las zonas cercanas había maricas al por mayor, y ese año armamos un pequeño grupo con cinco o seis conocidos, todos trabajadores, que no éramos compinches entre nosotros. Había una mezcla de posturas políticas, no había una sola línea, pero nos unía la lucha por nuestra libertad. Nuestro grupo no tenía nombre, éramos simplemente “homosexuales de Buenos Aires”, y Héctor era el alma mater. Las primeras reuniones y casi todas las siguientes se hicieron en mi casa de Lomas de Zamora, en la habitación del inquilinato de la calle Garibaldi 252, donde también ese año comenzamos a editar un boletín clandestino al que llamamos “Nuestro Mundo”.
- ¿Qué es lo que hacía que Héctor Anabitarte fuera el alma mater del grupo?
Él era un hombre de acción y quien continuamente traía el tema de la militancia homosexual. Era un adelantado. Él era el motor, esto hay que recalcarlo. En las reuniones organizaba todo, sacaba una hoja y empezaba a tachar o a planificar las actividades para hacer, todo elaborado previamente, con una disciplina propia de la militancia comunista, era un hombre de papeles. Nunca se salía de la huella, seguía siempre adelante.
- ¿En las reuniones del grupo en tu casa, de qué se hablaba y qué se hacía concretamente?
Nos reuníamos como mínimo una vez por semana y hablábamos de cuáles iban a ser nuestros reclamos y cómo los plantearíamos desde el boletín. Todos proponían un tema, se discutía y luego se decidía si se incluía o no y en qué orden. El principal reclamo era exigir la derogación de los edictos contra homosexuales, lesbianas y travestis y la situación de los presos en Devoto, y que nos dejaran de tratar como enfermos. No leíamos materiales de militancia homosexual, creo que no existía eso en la época, ni estábamos influenciados por ninguna teoría. Pensábamos desde nuestra realidad cotidiana. Reproducíamos artículos de diarios sobre detenciones de homosexuales o sobre homosexualidad, y los incluíamos en el boletín. Luego yo tipeaba e imprimía en el mimeógrafo y abrochábamos las hojas. Yo traía la experiencia de los boletines de las mutuales y del sindicato. El mimeógrafo lo sacábamos secretamente de la sucursal de Lomas de Zamora, donde yo trabajaba, y lo cargábamos en un Jeep Willys que nos prestaban dos muchachos del correo para poder llevarlo a casa. Imprimíamos unas pocas cantidades los sábados y al día siguiente llevábamos el mimeógrafo nuevamente. Se repartía de marica en marica, yo lo hacía en el correo que era donde estaba el gran nido (se ríe). Héctor se encargaba de que algunos lleguen a los medios de prensa. No recuerdo bien cuántos números publicamos, pero fueron varios y por varios años. Pero mi casa también era un constante ir y venir de maricas, no todas del grupo, que loqueaban hasta las dos o tres de la mañana, cocinábamos, hacíamos empanadas, tomábamos vino, jugábamos a las cartas. Una noche bien tarde, una vecina brasileña que vivía en el inquilinato ve a unas locas entrando a mi habitación y empieza gritar ¡putos me tienen harta! Llamó a la policía y nos llevaron a todos presos hasta el día siguiente, incluido a Héctor. En el acta nos pusieron “por infracción de juegos”. No sé cómo pero no se percataron de otra cosa (risas).
- ¿Quiénes integraban el grupo y qué podés contar sobre ellos?
Anabitarte y yo éramos los dos principales, y había unos cinco o seis más. Juan Carlos Agüero, mi amigo del asilo, participaba a su manera, cuando podía. Su historia de vida es triste, con una infancia trágica y el rechazo de una madre a quien él amaba. El cuento de Juan José Hernández “Así es mamá”, está inspirado en su vida. Era muy amigo de
Hernández, desde la infancia en Tucumán. Pero Juan Carlos también vivió momentos hermosos, era una gran marica, un encanto de persona, con un sentido del humor ácido y un carácter fuerte, muy seguro de sí mismo, nunca se ocultó. Tenía una voz preciosa y muy buen gusto para la música y el dibujo. Trabajaba de lo que sea, haciendo changas. Era también muy allegado a Hermes Villordo y a otros poetas tucumanos. En esa época vivía a unas doce cuadras de la estación Gerli, en un garage alquilado donde hizo su vivienda que había ambientado muy bien.
Otro era Daniel “la negra” Ibáñez, tucumano también, que participó de las primeras reuniones. Era jefe de correos de Gerli y en ese tiempo vivió por ahí, en una casa que alquilaba a tres cuadras de la estación. Ahí se tomaban los mejores vinos, había un gran piano, se hacían fiestas con gente de todo tipo.
El más viejo del grupo, Raúl R. [1], santiagueño, vivía en el mismo inquilinato y participaba secretamente, cuando podía. Tenía un negocio en Tucumán.
Estaba también Pedro M., que estuvo desde el principio hasta el final y escribía para el boletín, era riojano, muy culto, vivía en Lomas de Zamora. Le decíamos Águeda, y cuando se recibió de arquitecto se fue a vivir a España. Después Jorge Pitana, de Avellaneda. Le decíamos “la Pitana”, aunque ese no era su verdadero apellido. Trabajaba en la municipalidad de Buenos Aires. Era mayor que nosotros, misterioso, bajito y se vestía con ropas muy finas, usaba un bisoñé. Una especie de gran madre que se ocupaba de la comida y de dictar normas de conducta y de lenguaje, pero seriamente, entonces de repente decía, “no se dice más dinero, se dice “solcri”, una palabra inventada. A las maricas les decía “carrilchitas”, y entre nosotros nos decíamos “carrilchas” [2].
Había otro chico Gregorio G. que vivía en lo de una marica conocida y participaba también de las reuniones. Y por último Juan José Hernández, que lo trae más tarde al grupo Juan Carlos Agüero. Juan José no era muy activo pero sirvió para conectar gente. Estaba ligado a intelectuales, periodistas y escritores.
-Dentro de las organizaciones de militancia homosexual siempre hubo una tensión entre quienes reivindicaban a la marica como la verdadera revolucionaria y entre quienes mandaban mensajes correctivos puertas adentro para lograr la "aceptación" de agrupaciones políticas y del resto de la sociedad. ¿Esa tensión existía en tu grupo?
En nuestras reuniones no existía esa tensión, pero el homosexual afeminado no solo fue rechazado por algunas agrupaciones y por la sociedad en general, también lo hacían los propios homosexuales viriles. Yo creo igual que un homosexual que actúa como un macho, en una falsa postura, debe sufrir mucho más que una marica afeminada. El trabajo que debe dar obligarse a uno mismo a ser constantemente quien realmente no es, es muy triste…. Yo creo que debe ser una defensa, mimetizarte con la mayoría para que no individualicen tu originalidad molesta y así evitar sufrir.
- ¿Vos asististe a la reunión fundacional del Frente de Liberación Homosexual en la casa de Blas Matamoro en agosto de 1971?
No, creo que de nosotros solo asistieron Héctor y Juan José Hernández, que fue el que contactó a ambos grupos que luego formaron el FLH. Ahí es cuando el grupo nuestro se empieza a llamar “Nuestro Mundo”, cuando se junta con el otro grupo de Buenos Aires, que no recuerdo cómo se llamaba, compuesto por intelectuales y profesionales de otro nivel social que el nuestro, en el que estaba Pepe Bianco, amigo de Juan José Hernández. Cuando Anabitarte se integra al FLH nosotros seguimos acá en Lomas de Zamora y en Gerli, y repartíamos entre conocidos la revista Somos, que traía Héctor. Él era quien iba a esas reuniones y actividades como representante de nuestro grupo, y lo hacía muy bien, porque era un militante de alma.
- ¿En qué momento te retiraste del activismo y cómo siguió tu vida?
Y, en la época militar, todo se disolvió y tiré todos esos papeles que ponían en riesgo mi vida. También mamá visitaba mi casa y con ella siempre manejé el asunto de manera especial, nunca lo oculté, pero tampoco lo hice explícito. Yo renuncié al correo en 1981. Pero siempre tuve kiosco, desde que trabajaba en el correo, y todavía sigo en eso. Viví mucho en pensiones, siempre colgado de un clavo y así pienso seguir. Siempre me gustó mucho cantar, bailar, y acá todavía lo hago, a la noche bailo Celia Cruz hasta que el cuerpo y el enfisema me lo permiten.
- ¿Tuviste pareja?
Nunca, en mi época no se usaba estar en pareja entre maricas, aunque había algunas que sí lo estaban.
- ¿Y hoy, tenés amigas maricas?
No me interesa tener relación más que con maricas, no podría vivir en un lugar donde no tenga maricas cerca, es un trato fluido único, son mi familia, mi identidad. Pero se van muriendo, el año pasado se fue Jorge, una amiga marica de toda la vida. Los vecinos tuvieron que cremarlo porque no se presentó ningún familiar, pero al poco tiempo aparecieron porque querían el departamento, ni preguntaron cómo o por qué murió. Terrible. Otra gran amiga, la Roque, murió en 2017, nos conocimos desde que llegué a Buenos aires, en el subterráneo en Constitución. Ahí bajaba ella con una amiga santiagueña, una loca grandota terrible que le decían la Patouruzú. Para Roque su única militancia era ser ella misma. Tremenda, era tremenda. Una vida maravillosa, sin control, sin depender de nada ni darle cuentas a nadie. Te decía que se iba diez días a Santiago del Estero y volvía a los tres años. Muy cariñosa, toda la gente la quería. Iba a los bares de chongos a ver fútbol y a charlar con ellos. Cuando murió, la lloró todo el barrio. Acá la han llorado de verdad, la adoraban todos. Su muerte fue un gran golpe para mí. Cuando le preguntaba ¿qué comiste hoy?, me hacia una gesto con las dos manos (se ríe). Y tengo otro amigo, la Ricardo, que tiene montones de años, la conozco hace cuarenta y pico. El otro día me decía, “¿vos sabés loca que ya no tengo ganas de salir a yirar?”. Es que el desafío ya no es el mismo. Los levantes que hacíamos antes eran cosas insólitas. Las cosas que yo he visto hacer a las maricas son increíbles.
- Toda una vida acompañado de maricas entonces, como debe ser.
Y sí, únicamente nosotros conocemos las facetas de ese territorio que hemos transitado solos. Nos apropiábamos del insulto y lo resignificábamos, nos llamábamos de la misma manera en que nos insultaban, una especie de mecanismo para hacer cotidianas esas palabras y suavizarlas, para que al recibirlas nos resuenen con menos violencia. Como un anticuerpo. La palabra marica, por ejemplo, la tenemos tan incorporada entre nosotros que ahora es hermosa. Y el humor marica es único, yo creo que nació como forma de defensa para hacer nuestra vida menos opresiva. Pero había algunas, las que estaban asumidas totalmente, que enfrentaban esa opresión, eran muy machas para defenderse, eran temidas, infundían mucho respeto, desconcertaban, ellas no tenían miedo en ningún territorio.
- ¿Para vos la clandestinidad era lo que hacía preservar nuestra identidad?
Totalmente. A veces siento que todo lo que no esta permitido tiene un encanto, un sabor especial. Ahí es donde los sentidos se intensifican más y aflora la agudeza, el ingenio, nuestra gran característica. Yo siento que salir del ghetto e integrarte al gran panal te anula, toda la que entre va a comer de la misma miel, y perderá su identidad. Muchos lo hicieron por miedo, porque nos enseñaron que si nos corríamos del camino éramos enfermos a los que había que condenar, y quien se lo creyó y caminó recto, aunque su alma le pedía desvíos, fue seguramente un infeliz. Una marica valiente y sola, en la ilegalidad, es mucho más libre que todas las que por miedo se integran al gran panal. De todas formas la marica de antes se ha perdido, hoy se parece al heterosexual. Ha desaparecido la marica.
- ¿Sentís que los avances en relación a libertades cotidianas colaboraron a eso ?
Yo en absoluto apoyo la persecución ni deseo que vuelva. Tal vez a quienes padecimos tanto ese terror, nos desorienten un poco todos estos cambios, jamás los hubiéramos imaginado. Y son maravillosos. Yo lo que planteo es no ser iguales, que no es lo mismo que tener derechos iguales. El nuestro era un tiempo trágico y colorido a la vez, con un perfil desalineado. Yo que luché por las libertades individuales, veo ahora que en las maricas ha cambiado todo tanto, ya no hay temeridad ni ese arrojo que teníamos para las cosas, tampoco veo creatividad ni ese humor incisivo, se ha perdido la sutileza, la poesía. Yo escucho los diálogos de las maricas acá, son iguales a los de cualquier chongo, un humor grosero y vulgar. Pero lo más triste, desconocen el sentido de comunidad. Jamás vi en mi época a una marica que le diga a un policía cuando la detenían con otra y era interrogada, “yo no lo conozco a él”. Éramos una comunidad, estábamos obligadas a formarla por estar expulsadas de todos los territorios. Acá muy cerquita hay un bar donde concurren muchas maricas y lesbianas jóvenes, nadie se acerca al kiosco a presentarse con un “hola soy fulana de tal, ¿usted es la Luisa?”. A veces pasan algunas por el kiosco y cuando me ven vieja y marica usando una lupa para ver el precio de una golosina, cuchichean y se ríen diciendo “este es puto”. Disfrutan todas estas libertades, pero deben creer…. no sé, que les cayeron de arriba.
- ¿Luis, hay algo más que me quieras contar sobre tu vida?
A veces pienso que a lo que yo realmente tendría que haberme dedicado es a la cosmética o a ser diseñador. Yo soy bueno para el dibujo, la sastrería y la peluquería. ¿Y qué más puedo decirte? No hablo de mi militancia desde que me retiré. Nunca di una entrevista. Estoy muy movilizado con todos estos recuerdos, muy emocionado.
Esta entrevista inédita fue realizada en el año 2019.
Agradecimientos.
Luis Troitiño, Mabel Bellucci, Marcelo Reiseman y Marcelo Ferreyra.
[1] Los nombres que no se incluyen completos son por pedido del entrevistado.
[2] Tanto “solcri” (dinero) como “carrilche” (marica) eran palabras del argot marica. Ver Malva. Argot Carrilche. Revista El Teje, Nº 5, 2009. Versión online: https://elteje.com/policiales/argot-carrilche]
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Cómo citar esta entrevista:
Queiroz, Juan. La historia de nuestra historia. Entrevista a Luis Troitiño.
Moléculas Malucas, abril de 2020