Varones que discuten el aborto
El 6 de diciembre de 2000, la Coordinadora por el Derecho al Aborto realizó una charla cuyo título era “¿El aborto es solo una cuestión de mujeres?”. Un modo diferente de abordar las clásicas campañas del “Yo aborté”. Este artículo repasa las muestras de resistencia, estallidos y enojos de un sinnúmero de feministas heterosexuales, frente a la ausencia de mujeres en el panel.
Por Mabel Bellucci*
Hacia mediados de 1999, entre las filas del activismo de Buenos Aires surgió la Coordinadora por el Derecho al Aborto, una coalición política en la cual convergieron agrupaciones feministas, lesbianas, movimiento estudiantil universitario e izquierdas independientes. A partir de allí, quedó plasmada una vocación de entrecruzamiento de miradas diversas en torno al aborto voluntario. Otro punto a favor de dicha contienda política dentro de una agenda queer, fue el surgimiento de Mujeres Socialistas Autoorganizadas, conocidas como MUSAS. En ese año, se encontraron con la combativa abogada feminista Dora Coledesky, aliándose a su opus magnum activista, la Comisión por el Derecho al Aborto (CDA). Mientras al arco se sumaban otras agrupaciones afines: Mujeres de Izquierda, Mujeres Libres, Católicas por el Derecho a Decidir Buenos Aires, Asociación de Especialistas Universitarias en Estudios de la Mujer (ADEUEM), Casa de la Mujer Azucena Villaflor (La Plata). Aunque cabría señalar que no todas prosiguieron el recorrido a futuro.
Estos pequeños grupos de instigadoras instituimos un feminismo en acto. Se podría decir que nos hermanábamos con un feminismo de izquierda permeado desde el pensamiento crítico. En simultáneo, la Coordinadora por el Derecho al Aborto alzó vuelo con una importante solicitada, “El aborto clandestino: un pacto de silencio”, publicada en el diario Página/12, 28 de setiembre de 1999. Contra el viejo dictamen de “la biología no es destino”, de propio cuño feminista, consolidamos el armado de alianzas y coaliciones con experiencias tan disímiles como tradiciones e historias diferentes. Encarnábamos otras formas de politizar y otras luchas; aun así, fuimos confluyendo.
Era la época en que todas nos congregábamos para articular modos operativos con el objetivo de instalar el debate anhelado. Apenas, constituido el grupo hacíamos reuniones donde podíamos y con bastantes rotaciones, en gran medida, en casas particulares. También acostumbrábamos encontrarnos en la Biblioteca anarquista José Ingenieros, en el histórico barrio de Villa Crespo, para ser más exactas, en la calle Juan Ramírez de Velasco 958. Por último, en la Casa Cultural del Uruguay, en la calle Scalabrini Ortiz, a pocas cuadras de la avenida Corrientes, cuyas fiestas y eventos permanecen en el recuerdo. Un militante del Frente Amplio nos consiguió una piecita al fondo para juntarnos cada viernes por semana. En verdad, solíamos ser fugitivas de la norma, erráticas del imperio dominante.
Desde ya, todo ello significó un aprendizaje más que interesante, en el que convergimos territorios heterogéneos que con anterioridad habíamos discutido, en el interior de los frentes, el régimen heteronormativo para luego apostar a acciones micropolíticas. Por un lado, la comunidad lgtb comenzó a acompañar al activismo feminista abortero en intervenciones callejeras. Todo ello otorgó una práctica de convivencia política, sin un anclaje ideológico de fondo, lo cual nos permitiría reservar la independencia necesaria. Asimismo, al activismo feminista abortero nos interesaba la apuesta desafiante de las minorías sexuales por su lucha decidida contra la discriminación viril y el heteropatriarcalismo.
Todas las voces, todas
El 6 de diciembre de 2000, la Coordinadora por el Derecho al Aborto hizo su ceremonia de ingreso con una charla cuyo título era: “¿El aborto es solo una cuestión de mujeres?” Esta actividad fue organizada por Valeria Pita, Dora Coledesky y esta autora. Se llevó a cabo en el primer piso de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), en la sala que lleva el nombre de Gregorio Selser, el querido profesor, periodista e historiador argentino. El panel estaba constituido por Flavio Rapisardi –activista queer y vicepresidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA)–, Norberto Inda –psicoanalista y profesor universitario– que abrió el tema sobre nuevas masculinidades, Ricardo Zambrano –médico sanitarista e integrante de la Federación Nacional de Salud (FNS) de la Central de Trabajadores Argentina (CTA)– y Alejandro Geoffroy Lassalla –abogado. De acuerdo al testimonio de Valeria Pita, una de las coordinadoras de este debate, lo recuerda así:
El auditorio estaba lleno, el sindicato se implicó para su difusión. Seguro que salió en el diario Página 12 la noticia. Fue una estrategia que también dimos dentro de la Comisión. A MUSAS nos demandó trabajo, en primer lugar, porque no se entendió nuestro ingreso, tuvimos que discutir las razones de porque yo iba a presentar y no otras. En realidad, se necesitaban caras nuevas, gente más joven. Fue para la época en que empezábamos a discutir lo del aborto en términos de clandestinidad. Decíamos: No es el aborto lo que molesta, sino que no quieren que deje de ser clandestino. Y en esa lógica es que planteábamos que hablen los varones y que el tema salga del orden de lo clandestino. Así lo recuerdo yo como que fue fruto de una discusión colectiva, estábamos buscando distintas maneras de enunciar el problema para que sea audible. Fue un momento muy intenso y también hubo unos cruces potentes entre mujeres de distintas generaciones y habría que revisar como jugó Dora Coledesky. Ella estaba allí en las reuniones y también dio su parecer afirmativo en torno a la actividad, muy entusiasmada y la apoyó sin lugar a dudas.
Mientras Zambrano, uno de los participantes de la mesa, entiende “que ese evento fue importantísimo al abrir una línea de debate para integrar opiniones de los varones sobre el tema, teniendo como eje la exclusión". Con la presencia de Flavio Rapisardi la discusión adquirió un carácter antidiscriminatorio y de condena por la situación que atraviesan los sectores más vulnerables, como son las mujeres y los homosexuales, desde una visión de los derechos humanos:
Mi discurso se enfocó en torno a la clandestinidad de la práctica abortiva ya que en esos años solo las mujeres pudientes no corrían riesgos de salud e, incluso, de muerte, con la seguridad que debería tener todo el mundo. Para mí, fue muy conmovedor haber intervenido frente al impacto que adquirió esa experiencia novedosa.
En cuanto a su presentación, Rapisardi hace memoria en esta dirección:
En aquel entonces estábamos en la experiencia del Área Queer en el Centro Cultural Ricardo Rojas y teníamos contacto con la Comisión por el Derecho al Aborto. Recuerdo que yo colaboraba con Dora Colesdesky y otras compañeras con una publicación que tenían y la vendían los jueves en la esquina del Congreso de la Nación. Como estábamos trabajando con compañeros y compañeras de Izquierda Unida, también repartíamos la publicación en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Una de las cosas que habíamos discutido en el grupo queer era como convertir el aborto que ya era un tema político en un tema de agenda y lucha política no solo de mujeres, sino también de varones e identidades diversas. Y ahí surgió la idea de convocar a esta mesa en donde hubiera varones gays y heterosexuales, todavía no se habían organizado los varones trans, y se debatiera desde distintas perspectivas porque creíamos que el derecho al aborto no se consagraba, sobre todo cuando en aquel entonces el movimiento de diferencias sexogenéricas había tomado mucha visibilidad por la lucha contra los códigos contravencionales y la derogación de los edictos policiales. Yo había hecho una ponencia pequeña en la cual me preguntaba que tenían en común la agenda de la diferencia sexogenérica y la legalización y despenalización del aborto que eran derechos que no se habían consagrado. Todavía no se hablaba de la unión civil ni del matrimonio, eran temas absolutamente lejanos. La respuesta que se ensayaba era que la sexualidad era puesta nuevamente en cuestionamiento y la sexualidad entendida como el libre ejercicio de la sexualidad como un derecho humano. En aquel texto que presenté, lo que yo trataba de reflexionar era si detrás de las críticas y la imposibilidad de consagrar el derecho al aborto y las persecuciones constantes que todavía hay a nivel social a las identidades sexogenéricas diferentes no tiene que ver con una proyección de un control microfascista de amplios sectores de la sociedad argentina que ven que toda consagración de libertad en términos de sujetos colectivos es una amenaza contra la libertad en términos individuales. Por eso hoy vemos cómo se puede defender con total impunidad y sin temor a ninguna contradicción el derecho a la propiedad privada y criticar el derecho a la libertad que se planteaban en términos de grupos organizados en términos étnicos, sexuales, genéricos, de clase. Con el aborto vos tenés estas tensiones entre el derecho a decidir sobre el propio cuerpo y la consideración del aborto dentro una agenda de salud y mortalidad de las mujeres de sectores populares.
Antes de dar comienzo a la exposición del panel, la Coordinadora presentó un documento denunciando la ilegalidad del aborto y colocaba un fuerte énfasis en la construcción de alianzas. Hacia el final planteaban lo siguiente: “No deleguemos nuestra capacidad de decisión. Despleguemos nuestro poder, nuestra proyección y nuestra voz junto a las de otras y otros grupos de las minorías sexuales convergiendo en un futuro común”. En aquel momento, esa mesa se convertiría en una de las primeras oportunidades en la que referentes relevantes del arco de la comunidad homosexual, de la CTA, frentes feministas e izquierdas independientes, teníamos la posibilidad de sumarnos a un acontecimiento que se caracterizaba por un dato peculiar: los pronunciamientos eran de varones atentos a la cuestión. Un modo diferente de abordar las clásicas campañas del “Yo aborté”. No cabía duda de que ese era el camino correcto dadas las experiencias adquiridas a través de las diferentes solicitadas por el aborto voluntario que se publicaron a lo largo de la década de 1990, a lo cual se le sumaba el acompañamiento comprometido de los distintos colectivos en las acciones de trincheras. Asimismo, varias agrupaciones estudiantiles tanto de la Facultad de Filosofía y Letras como de la Facultad de Ciencias Sociales, ambas de la UBA, se encontraban sondeando en esa misma dirección. En aquella oportunidad, si bien esa mesa debate se pensó como un suceso exploratorio, al final terminó en una muestra de resistencia al cambio e, incluso, de estallidos y enojos de un sinnúmero de feministas heterocentradas, frente a la ausencia de mujeres en el panel. Sin embargo, el reto consistía en abrir un debate desde una pluralidad de expresiones masculinas; permitiendo cristalizar nuevas redes de coaliciones. Ellas no concebían que un frente de pares propusiese una actividad de varones para que hablasen en voz alta sobre un tema que se consideraba exclusivo y propio. En realidad, el ambiente ya venía caldeado con una cascada de cuestionamientos hacia quienes explorábamos una amalgama de articulaciones que permitirían extender las propias fronteras del feminismo hegemónico de ese entonces. Se planteaba así una apertura de campos que traspasara la condición misma de las mujeres heterosexuales.
Ahora bien: de los cuatro invitados a ese panel tan peculiar para la época, tanto Zambrano como Rapisardi, por diferentes razones, fueron quienes mostraron una mayor disposición para desentrañar las tramas complejas que mantienen al aborto como una práctica delictiva y, por tanto, clandestina. En cuanto a Zambrano, que estrechaba vínculos amistosos y activistas con Coledesky, su especialización de médico sanitarista le permitió conducir con precisión el panorama de la ilegalidad en nuestro país –llevada a cabo en condiciones deplorables y riesgosas–, así como los argumentos solventes para sostener la exigencia de la premisa. Mientras tanto, Rapisardi hacía un paralelo entre la homosexualidad y el aborto en relación con el carácter clandestino y, además, la ausencia de reconocimiento social, político/afectivo. En ambos casos, se presentaba la estrechez del conflicto para decidir en libertad. Por último, las condiciones de desigualación y subalternidad de las mujeres, junto con el de las minorías sexuales constituyeron el grueso de su intervención, dado por su entraña de ser referente del movimiento homosexual como por sus prácticas queer. Lo cierto fue que en aquellos años no solo la incorporación de varones causaba escozor a las heterosexuales, sino que también hubo estampidos de estruendos con el ingreso de la comunidad travesti y transexual al feminismo y, en especial, cuando se integraron a la lucha por el derecho al aborto. En 1999, Lohana Berkins, presidenta de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti-Transexual (ALITT), hizo su entrada de gala a las filas feministas porteñas, apenas finalizado el VIII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, llevado a cabo en Santo Domingo. Durante los años 90, las agrupaciones de travestis fueron las más flexibles para afinar acuerdos tanto con las lesbofeministas como con las heterofeministas. En realidad, este colectivo traía consigo una fuerza arrolladora, además de representar un punto de quiebre en el arco sexo binario de entonces.
*Activista feminista queer.
Agradezco a Flavio Rapisardi, Ricardo Zambrano, Valeria Pita, Rosana Fanjul y Gabriela Ortiz Levi.
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Cómo citar este artículo:
Bellucci, Mabel. "Extender las propias fronteras del feminismo. Varones discuten el aborto". Junio de 2020.