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40 años después

Archivos, genealogías e inspiraciones políticas


En este artículo Gracia Trujillo Barbadillo teoriza en torno a los archivos desde una mirada queer, en sus contenidos difícilmente encajables, evasivos, inmersos en una serie de obstáculos y tensiones entre la producción de conocimiento, lo que se incluye y lo que no, y entre el perseguir las huellas de cuestiones íntimas y el revelarlas en clave histórica. Así, la autora se pregunta ¿Qué cuenta entonces como un archivo? ¿Y quién o quiénes deciden qué se selecciona? ¿Son l*s archiver*s la autoridad, l*s que deciden? ¿Y qué pasa, por ejemplo, cuando la gente tiene materiales que quería destruir o que sus familias no quieren mostrar? Pensar en los archivos como algo vivo, algo que contradice la fantasía de lo completo. Los archivos no son –o no pueden ser- simplemente colecciones históricas inertes, sino que mantienen una relación dialógica, activa, con las preguntas que, desde el presente, le hacemos al pasado.

Trujillo también reconstruye aquí la primera marcha del Orgullo en Madrid, en 1978, convocada por el Frente de Liberación Homosexual de Castilla (FLHOC). Uno de los objetivos de aquella movilización fue exigir la derogación inmediata de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social y del delito de «escándalo público». Ese soporte legal fue aplicado de forma sistemática para reprimir, detener y encarcelar sin juicio a homosexuales y transexuales en la última etapa de la dictadura franquista. Este texto es un capítulo que forma parte del libro 40 años después: la despenalización de la homosexualidad en España, coordinado por Víctor Mora y Geoffroy Huard, (Egales, 2019).




Por Gracia Trujillo Barbadillo*


Nada me retuvo. Me liberé y fui

hacia placeres que estaban

tanto en la realidad como en mi ser,

a través de la noche iluminada.

Y bebí un vino fuerte, como

sólo los audaces beben el placer.

K. KAVAFIS, Poesías completas



Fotograma del documental rodado por José Romero Ahumada, ¡Abajo la Ley de Peligrosidad! (1977).

Aquellos locos y peligrosos años


“Qué buenas son, las fuerzas represivas. Qué buenas son, que nos llevan de excursión”, cantaba la gente en la primera manifestación del Orgullo en Madrid, organizada por el FLHOC, que recorrió en 1978 uno de los lados del Retiro (desde la esquina de Menéndez Pelayo con O´Donnell hasta Mariano de Cavia). Qué buenas son que, cuando empezaron a ponerse nerviosas con tanto manifestante, le indicaron a la cabecera de la mani que acelerara el paso para llegar cuanto antes al final del recorrido. Esto se puede leer en algún recorte de prensa, en alguna de las investigaciones que se van haciendo y publicando en los últimos años, o en testimonios como el del activista Ramón Linaza, que cuenta que aceleraron el paso, bailando[1]. Pero poco más. Nuestras memorias políticas, nuestras genealogías de lucha, se cubren de polvo y olvido a menos que las rescatemos. ¡Y eso que sólo han pasado cuarenta (y un) años de aquella protesta! Eso, en tiempos históricos, no es nada.


Recuperar las memorias políticas y culturales de las disidencias sexuales y genéricas no es, por otra parte, sólo una cuestión de justicia histórica, en el sentido de que contribuye a combatir las tradicionales invisibilidades y silencios en relación con determinados grupos sociales, sino también una fuente de empoderamiento colectivo. Es de especial relevancia, y más en los tiempos que corren, (re)conocer de dónde venimos, cuáles han sido los recorridos de nuestros movimientos, las intersecciones con movimientos como el feminista o la lucha nacionalista en algunos contextos, y las batallas por las libertades y derechos que disfrutamos hoy, aún con sus precariedades y deficiencias. Para que no nos cuenten las cosas como no fueron (y ahí tenemos también las hemerotecas ante las dudas) y para valorar lo ganado ya colectivamente.


Voy a intentar exponer aquí algunas de las cuestiones que creo son clave en relación con estos temas. En la primera sección, comienzo con los archivos, un tema que, por otra parte, ha sido, y es, una de mis de mis grandes pasiones investigadoras-político-personales. En la segunda, expongo la genealogía de la corriente radical, desde la protesta sexual de los setenta hasta el Orgullo crítico y una constelación de grupos queer/cuir y transfeministas hoy en día, mostrando que cuarenta años, parafraseando el famoso bolero, no es nada, y lo logrado hasta ahora puede ser, tristemente, revertido si nos descuidamos. En la tercera y última concluyo con unas notas sobre cómo el análisis de los años setenta y todo lo que ha venido después puede inspirarnos hoy en día.


Archivos precarios


Investigar sobre la protesta sexual supone plantearse, inevitablemente, la pregunta de cómo podemos preservar las memorias de los activismos sin archivos, sin documentos, sin gente trabajando en los archivos, sin recursos. Todas estas cuestiones tienen, además, una dimensión política y social, difícil de desligar de la investigación académica aunque quisiéramos (que tampoco es mi caso). Andaba yo con estas preguntas cuando hace unos años me topé con trabajos sobre archivos desde una mirada queer (como Un archivo de sentimientos. Trauma, sexualidad y culturas públicas lesbianas, de Ann Cvetkovich, recientemente traducido al castellano). Estas lecturas me hicieron plantearme otros interrogantes, como qué es (o puede ser) en realidad un archivo queer, y las paradojas, cuando no imposibilidades, de hablar en términos de archivo, es decir, organización, catalogación, etc., con materiales queer, que no pueden, por definición, tener historias straight (no desviadas, derechas, rectas). Las vidas eróticas, sexuales y afectivas responden en muchas ocasiones más bien al desorden que al orden y, entre otras cosas, cuestionan la división entre lo privado y público. Los archivos queer, compuestos por materiales difícilmente encajables, evasivos, se encuentran inmersos en una serie de tensiones entre la producción de conocimiento, lo que se incluye y lo que no, y entre el perseguir las huellas de cuestiones íntimas y el revelarlas en clave histórica.


Esto está relacionado con la que es una de las cuestiones centrales a analizar aquí: ¿de qué formas el archivo configura la memoria, y la historia?, a las que siempre he pensado que habría que añadir el ¿y de qué formas la ausencia o precariedad de archivos incide en la memoria, y la historia? En esta línea se interroga Eduardo Kingman, aludiendo al trabajo de Derrida, Mal de archivo: “¿Hasta qué punto el mal es el archivo, ahí donde buena parte de los archivos han desaparecido o están a punto de perderse, o son, en realidad, cotos privados o espacios corporativos de difícil acceso? Tampoco se puede hablar de excesos de la memoria sin considerar los abusos del olvido” (2012: 131). Igual que no hay una sola forma de hacer historia, no hay una única manera de relacionarse con el archivo. Este investigador alerta también sobre los peligros de confundir historia y memoria o, por el contrario, “separarlas radicalmente sin buscar puntos de contacto entre ambas” (2012: 123), y de concebir la memoria únicamente en relación con la Historiografía (o con la Antropología) sin prestar atención a ámbitos como el cine y el arte contemporáneo, observación que comparto totalmente.


Siguiendo con las preguntas, ¿qué cuenta entonces como un archivo? ¿Y quién o quiénes deciden qué se selecciona? ¿Son lxs archiverxs la autoridad, lxs que deciden? ¿Y qué pasa, por ejemplo, cuando la gente tiene materiales que quería destruir o que sus familias no quieren mostrar?[2] Una vez que se organiza un archivo, ¿cómo se configuran las relaciones de poder y simbólicas dentro de él? Y si forma parte de una institución, ¿cuáles son los cambios o alteraciones que el proceso de institucionalización puede generar? Muchos son los interrogantes que se nos plantean al pensar estas cuestiones pero, como apunta Kingman, “lo que interesa no son los archivos sino lo que estamos en condiciones de producir a partir de ellos. Los archivos en sí son necesarios para el trabajo de historiador, pero no son suficientes para restituir nuestra relación con el pasado (…) El problema no es solo acceder a nuestros archivos (…) sino el qué hacemos con ellos. El saber para qué nos sirven, desde qué preguntas nuevas nos acercamos a ellos, cuál es el tipo de actualidad que damos al pasado” (2012: 126).

Diferenciar tipos de archivos es una manera de escapar del mal de archivo derridiano. Los archivos pueden ser generalistas (administrativos e históricos), especializados (el Centro de documentación del Casal Lambda, por ejemplo; el del FAGC; el de Maite Albiz de la Asamblea de Mujeres de Bizkaia o la Casa de la Dona, en Valencia, entre otros), hay también archivos de tipo cultural (con libros, películas, imágenes, etc.), y otros que se definen como queer (como el ubicado en los últimos años en el Museo Reina Sofía y el autogestionado de la Neomudéjar de Atocha, ambos en Madrid, o el “Archivo desencajado”, en el Macba, en Barcelona; también podríamos incluir aquí, entre otros, el transfeminista Archivo T, disponible on line, del investigador Diego Marchante[3]). En otros contextos hay experiencias como la de los archivos lésbicos de Berlín (Spinnboden) y Frankfurt, por ejemplo, donde llevan muchos años trabajando en la línea de reducir la invisibilidad lesbiana en general, y en los archivos feministas en particular. Esto nos plantea la cuestión general de la necesidad de disponer de archivos específicos, como el archivo digital transgénero en California o los mencionados arriba, algo que va en la línea, además, de problematizar la conceptualización de las personas no cis y no hetero, y las negras, las latinas, etc., como meras “adiciones” en archivos más generales.


Archivo de la Neomudéjar de Atocha. Foto de la autora.

Los archivos no sólo son importantes, sino que, en ocasiones, son también una forma de activismo; muchos de ellos son, de hecho, espacios activistas, como el de Ca La Dona, en Barcelona, donde estuve investigando sobre la militante y escritora lesbiana Gretel Amman el verano pasado (2018)[4]. Amman (1947- 2000) era, precisamente, muy consciente de la necesidad de archivar todos los documentos de las jornadas, las actas de los colectivos, los fanzines, carteles, etc. para que la historia o, mejor, las historias políticas lesbianas pudieran conocerse después. Y a ello se dedicó, junto con la que fue su pareja hasta su fallecimiento, la también activista Dolors Majoral. El Centro de documentación de Ca la Dona hoy cuenta con el FONS GAM (el fondo de Gretel Amman Martínez), con todo lo que ella donó, y lo que fue recogiendo y ha ido llevando después Dolors.


Sobre las dificultades que encontramos a la hora de investigar sobre las disidencias sexuales y genéricas, sin disponer de archivos o con muy pocos, reflexioné en mi tesis doctoral sobre el movimiento de lesbianas en el Estado español (Trujillo, 2008). Encontrar las fuentes primarias (los documentos de los colectivos, actas, fanzines, carteles, etc.), que se han perdido, destruido, están muchas veces en casa de lxs activistas, etc., se convierte en todo un ejercicio de arqueología. Una cuestión que yo apuntaba en la tesis es que hay una constante en los movimientos sociales y es la pérdida y destrucción de los documentos. Las personas se cambian de casa, de ciudad, se mueren, las organizaciones desaparecen, y los archivos también. Pero a estas dinámicas compartidas en todos los colectivos, hay que sumar, en el caso de lesbianas, gays, y trans, otros factores extra como la vergüenza, la consideración de que se trata de cosas con poco o ningún valor, los armarios a los que la gente, en ocasiones, vuelve tiempo después… O la lucha misma por la supervivencia, como le escuché a un grupo de activistas travestis y trans de Toronto en un congreso sobre archivos lgtbi en Londres en 2016[5], que hace que haya que preocuparse por cosas más urgentes que construir un archivo.


La antropóloga Gayle Rubin, autora de aportaciones geniales a las teorías feministas, lesbianas y queer cuenta algo muy parecido cuando ella era estudiante en la Universidad de Michigan e intentó buscar textos lésbicos de finales de los 60 y 70. En ese momento se encontró con que “los mecanismos para la adquisición de conocimientos sobre las lesbianas eran, como mucho o en su mejor versión, rudimentarios”[6]. Rubin reflexiona, en ese mismo texto, sobre el archivo y su relevancia utilizando una metáfora geológica: los conocimientos queer son como estratos de sedimentos. Continuando con la imagen, esta teórica explica que ha habido periodos en los que las condiciones sociales y políticas han favorecido la proliferación de conocimientos sobre las disidencias sexo-genéricas, mientras en otras ocasiones han supuesto su destrucción (la Alemania nazi es un ejemplo de periodo en el que el régimen arrasó con todo, vidas, artefactos culturales, y hasta con los barrios donde vivían lesbianas, travestis, trans y gais). Es una labor de las generaciones posteriores, concluye Rubin, asegurar que las formaciones sedimentarias son identificadas, excavadas, catalogadas y utilizadas para producir nuevos conocimientos. Sin embargo, “debido a la falta de mecanismos estructurales durables para asegurar una transmisión fiable de los conocimientos queer, estos a menudo se pierden, se destruyen o se olvidan”. En esta misma línea, Joan Nestle, una de las cofundadoras de los Lesbian Herstory Archives de Nueva York, ha reflexionado recientemente (2016), junto con otras compañeras, sobre las implicaciones que tiene el hecho de que un archivo como el suyo, que se mantiene desde sus inicios gracias al trabajo voluntario de la comunidad lesbiana, vaya cumpliendo años; en concreto, sobre los procesos de transición en las organizaciones, las interacciones generacionales, y la consolidación de legados históricos queer que estos espacios pueden ofrecer.



Tapa del boletín "Aquí" publicado por el Frente de Liberación Homosexual de Castilla (FLHOC), 1981. Fotografía de la autora en Fondos del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid.

Los archivos son, por otra parte, herramientas políticas que nos permiten contrarrestar la apropiación de discursos por parte del poder. En los últimos años ha habido una especie de boom de la literatura en el ámbito anglosajón sobre archivos lgtbi y queer, y se pueden encontrar hoy en día un número amplio de trabajos al respecto. Hay muchas referencias que se refieren a la tarea de queerizar los archivos, es decir, a la renovación, la crítica al imperativo histórico sobre el tipo de conocimiento y a la manera en la que lo heredamos en relación al género/s y las sexualidades. Desde el ámbito de los estudios queer, los archivos se han identificado como el mencionado “archivo de sentimientos” (Ann Cvetkovich), como efímeros (Jack Halberstam) o como “organizados al azar, de manera random” (José Muñoz). Los archivos han sido también cuestionados por las perspectivas postcoloniales, incluida la feminista, recordándonos la existencia de archivos imperiales (Ann Stoler) o cómo el colonialismo es un archivo cultural (Edward Said o Gloria Wekker), señalando que existe una relación entre queerizar y decolonizar (y que deberían ir en paralelo). No olvidemos que los archivos han funcionado históricamente como proyectos estatales, orientados a la construcción de las identidades nacionales, cuando no a registrar a la gente no documentada, disidentes sexo- genéricos, entre otros sujetos. Necesitaríamos, en realidad, queerizar todos los archivos: los nacionales, estatales, municipales, los judiciales y médicos, etc.


Finalmente, son muchos los retos metodológicos que nos plantean. La ausencia o pérdida de las fuentes, no recogidas muchas veces en archivos, o siendo estos poco o nada accesibles, hace, por ejemplo, que tengamos que darle mucho más espacio a las historias orales y las entrevistas. En el caso de mi tesis fue así (y pude llegar a algunxs de las entrevistadxs gracias a la técnica de investigación denominada “bola de nieve”, es decir, un contacto me llevó a otros y así sucesivamente, algo que fue facilitado por ser yo parte desde hacía un tiempo de colectivos de lesbianas y queer, lo que dio confianza a las personas que entrevisté). La confianza es también clave para que la gente comparta contigo, al hacer una investigación así, no sólo información, opiniones, testimonios, etc., sino también los materiales que tienen en casa. En ocasiones son archivos enteros. En parte porque no hay donde llevarlos, por pereza, o porque los sitios que hay no convencen por diferentes razones (políticas, personales, etc.), el caso es que mucha gente activista guarda en su casa o en los locales de los colectivos muchas fuentes que serían valiosas para la investigación. En cuanto a las donaciones, a veces hay, por ejemplo, fotos o cartas que son privadas que quizás no se quieren compartir. Aquí entramos en la compleja cuestión, que ya mencioné anteriormente, relativa a si el derecho a la información debe prevalecer sobre el derecho a la privacidad. Por ejemplo, los expedientes abiertos a personas homosexuales no se pueden consultar si no han pasado cincuenta años porque hay personas vivas. Una solución, que a veces se ofrece a lxs investigadorxs, es anonimizar los testimonios o la información en general.

En definitiva, mientras por una parte pensamos en la necesidad y urgencia de recopilar y organizar las fuentes, por otra, si lo hacemos en clave crítica, queer, no podemos escapar a la idea de que un archivo diferente, queer, es al final más bien un “no archivo”, un contra- archivo o, pensando en el trabajo de Jack/Judith Halberstam, El arte queer del fracaso, un archivo que fracasa en el objetivo de disciplinar los materiales, evidenciando así más lo que se pierde que lo que se gana en las narrativas de progreso o perfección. A mí personalmente me gusta pensar en los archivos como algo vivo, algo que, como ya señaló Stuart Hall (2001), contradice la fantasía de lo completo. Los archivos no son –o no pueden ser- simplemente colecciones históricas inertes, sino que mantienen una relación dialógica, activa, con las preguntas que, desde el presente, le hacemos al pasado. Por eso es tan importante que garanticemos el acceso a las fuentes, que estén disponibles, y que sigamos con las preguntas.



Echando la vista atrás: genealogías radicales

Michel Foucault prefería hablar de genealogías que de historia: “llamamos genealogía al acoplamiento de los saberes eruditos y las memorias locales, acoplamiento que permite la constitución de un conocimiento histórico de las luchas y la utilización de ese saber en las tácticas actuales” (Foucault, 2006: 22). Huyendo de los relatos que plantean recorridos lineales, con inicios y fines, en esa búsqueda de huellas con las que reconstruir las genealogías de la protesta sexual nos encontramos una serie de fotos, artículos de prensa, testimonios, investigaciones e incluso un documental, rodado por José Romero Ahumada, ¡Abajo la Ley de Peligrosidad! (1977)[7]. Estas fuentes nos cuentan que el 28 de junio de aquel año alrededor de cuatro mil personas se manifestaron por las Ramblas barcelonesas y acabaron corriendo perseguidas por los grises. Gracias a esas fuentes, sabemos que muchos de esos “invertidos”, como los denominaba la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (LPRS), aprobada en 1970, se habían organizado ya en la clandestinidad del régimen franquista en el Movimiento Español de Liberación Homosexual (MELH). Y que este fue el primer grupo de activismo sexual creado en 1971, embrión del posterior FAGC catalán de 1975, que convocó aquella primera manifestación.

Afiche en contra de la Ley de Peligrosidad Social. FAGC, 1977.

Las reivindicaciones de los Frentes de Liberación Homosexual que comenzaron a surgir por todo el estado español eran la revolución sexual en el marco de una transformación política, cultural y económica, y la social: frente a la marginación social y sexual, y contra las instituciones sostenedoras de una cultura represora, como la familia, la Iglesia, la escuela y el Estado burgués. Para hablar de liberación era necesario que desaparecieran las categorías de heterosexualidad- homosexualidad, activo- pasivo, masculino- femenino, y la sociedad que las creaba. Estas demandas, leídas hoy, suenan bastante actuales (y vigentes): se trata de los cuestionamientos de los binarismos sexuales y genéricos que volvieron a plantear los activismos y teorías feministas y queer desde comienzos de los noventa, en los que se oyen los ecos de aquellas proclamas revolucionarias.

Mucho ha llovido desde entonces, bastante es lo que hemos recorrido, pero también lo que nos queda por batallar, cuatro décadas después.


El 28 de junio pasado muchxs nos sumamos, un año más, a la manifestación del Orgullo crítico en Madrid, una plataforma de grupos políticos que lleva una década cuestionando el Orgullo oficial, su despolitización y mercantilización (en los últimos años mucha gente llama a este último “desfile”, expresión que refleja muy bien su transformación). El germen del Orgullo crítico madrileño fue el Bloque Alternativo para la Liberación Homosexual (BALS) que se organizó en 2007 como respuesta al Europride y que englobaba varios colectivos como el Grupo de Trabajo Queer, Panteras Rosas, Towanda, Liberacción, RQTR, y el colectivo feminista Lilas, entre otros. A lo largo de estos años esta plataforma se ha ido llamando de diferentes maneras, además de Orgullo crítico: “indignado”, coincidiendo con el comienzo del 15M, o “Toma el Orgullo” después. Una de las cuestiones que nos planteamos en sus inicios, y así hicimos, fue recuperar la fecha del 28 de junio, cargada de simbolismo activista a nivel internacional, para celebrar nuestra manifestación de protesta frente a la oficial, que en esos años ya comenzaba a estar peligrosamente invadida por una multitud de carrozas de empresas gays, el llamado capitalismo rosa, que nos dejaba poco espacio a los grupos políticos. Me estoy refiriendo aquí a Madrid, que es donde he formado parte de grupos activistas desde mediados de los 90, y donde vivo, pero estos procesos se han vivido también en ciudades como, por ejemplo, Barcelona o Valencia. El 28J, como es conocido, recuerda a aquel día de junio de 1969, cuando se produjeron los disturbios frente al bar Stonewall, situado en el barrio del Village neoyorquino. La enésima redada policial en bares de gays, lesbianas, travestis y trans hizo saltar aquella noche la rabia de los allí presentes. En esa fecha es en la que se siguen celebrando, a día de hoy, las manifestaciones del Orgullo en multitud de ciudades, y en otras lo intentan. En Estambul, por mencionar una, las autoridades han prohibido la manifestación estos últimos años.

Cuando se acercan los días de la manifestación del Orgullo, los medios generalistas publican artículos en los que suelen referirse a esos sucesos de Nueva York de 1969, pero nuestras genealogías políticas tienen más que ver con aquellas Ramblas del 77 y las manifestaciones que vinieron después que con las revueltas del otro lado del océano, aunque se recurriera a aquella fecha simbólica para convocar la protesta. El régimen franquista aprobó en 1970 la LPRS, que incluía a la homosexualidad en la lista de los “peligros sociales”, junto con la prostitución, la mendicidad, el tráfico y consumo de drogas, el vandalismo, etc. Que esto sucediera un año después de las revueltas de Stonewall (y dos después del Mayo francés) da cuenta de cuál era la situación aquí y el nivel de hostilidad legal y social hacia todo lo que se escapaba del régimen de la heterosexualidad, del machismo, de la familia tradicional y del puritanismo sexual. Para los invertidos sexuales, la ley preveía una serie de medidas de “cura” y tratamiento, y con ese fin se crearon dos centros de rehabilitación, uno en Huelva para homosexuales activos (sic) y otro en Badajoz destinado a los pasivos, aunque la mayor parte de las condenas se cumplían en cárceles convencionales. En el caso de las mujeres, sólo tenemos noticia de dos expedientes, uno de los cuales hace referencia a la homosexualidad y el otro no, pero este hecho no es necesariamente sintomático de que las lesbianas y mujeres bisexuales disfrutaran de una libertad mayor. Que dos (o más) mujeres pudieran tener relaciones sexuales y afectivas plenas y satisfactorias, de manera autónoma, era algo impensable para los legisladores, tan impensable, literalmente, que ni siquiera las incluyeron en la ley para controlarlas y reprimirlas. La represión hacia las lesbianas se llevó a cabo por otras vías: a muchas las denunció gente de su entorno, familiar o laboral, acabaron expulsadas de sus casas, de sus pueblos, internadas en conventos o en sanatorios psiquiátricos, sometidas a tratamientos de “rehabilitación” como electroshocks, entre otros. No acabaron presas por lesbianas pero encerrarlas en psiquiátricos fue otra forma de privarles de libertad, de encarcelarlas. Ser mujer y no heterosexual, en definitiva, no fue nada fácil en los setenta: había que disimular y callar para evitar las agresiones, que te echaran del trabajo, o el escarnio público. En aquel contexto de represión, las activistas lesbianas se unieron al resto de peligrosos sociales en las manifestaciones que reclamaban la despenalización de los actos homosexuales, la amnistía, la legalización de sus organizaciones políticas y el fin de las redadas policiales.

Pegatina diseñada por Rampova para el Col-lectiu de Lesbianes del Moviment de Alliberament Gai del País Valenciá. Archivo del Col-lectiu Lambda, Valencia.

Con la derogación de la LPRS, en 1979, los Frentes entraron paulatinamente en un proceso de desmovilización, que discurrió en paralelo al desarrollo de espacios comerciales de ocio para gays (varones), el denominado “ambiente” que empezaba a desarrollarse ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Bilbao... A las activistas lesbianas, el movimiento feminista, aglutinado en torno a importantes y urgentes reivindicaciones como la consecución de la despenalización de los anticonceptivos, del adulterio y el aborto, les ofrecía un corpus ideológico y una plataforma donde organizarse, y muchas se sumaron entonces al feminismo organizado. También fue importante la corriente autónoma, con activistas como la mencionada Amman, que se definía como feminista radical y lesbiana separatista. Esta corriente fue muy crítica no sólo con la “doble militancia” (en el movimiento y en los partidos) de algunas activistas, sino con la marginación de las demandas, discursos y representaciones de las lesbianas dentro del propio feminismo. De hecho, no será hasta 1989 cuando los colectivos de feministas lesbianas orienten una parte de su actividad política a sus propias demandas. Un año antes, en 1988, se había derogado el delito de escándalo público (artículos 431 y 432 del Código Penal) con el que se detenía a parejas por besarse o mostrar su afectividad. No está de más recordar que la LPRS no desapareció en realidad completamente hasta el 23 de noviembre de 1995, aunque desde 1979 se eliminasen varios ar­tículos, entre ellos el referente a los “actos de homosexualidad”.


Este hilo autónomo, radical, continúa en los años 90 con los grupos que se autodenominan queer, y que se definen como anti-asimilacionistas, aunque no separatistas. Estos grupos hacen una crítica demoledora a la homofobia y a las normas genéricas y sexuales, defendiendo las micropolíticas que incorporan las diferentes opresiones de clase, raza, edad, capacidad, etc., algo que continuarán los feminismos queer, postporno, pornopunk, transmaricabollo, transfeministas y un largo etcétera. La defensa de la diferencia, y la crítica a la normalidad de los setenta, se reavivan entonces. En el archivo de Ca la Dona el verano pasado me encontré una foto de Gretel Amman con una pancarta, muy significativa en este sentido, que decía “Ser normal es un pal” (un palo, en valenciá).

A comienzos de los años noventa, grupos queer como La Radical Gai o LSD continuarán la estela de radicalidad de los setenta en sus discursos, representaciones, repertorio de acciones y formas organizativas. Lo que desató la rabia y la necesidad de reaccionar fue, sobre todo, la crisis del sida y la espiral de homofobia que trajo consigo. El sida hizo evidentes las diferencias de planteamientos entre esta corriente radical, autónoma, y la más moderada, pragmática, del activismo gay, orientada a ofrecer servicios a la comunidad y a la consecución de avances legales (la ley de parejas de hecho entonces, demanda que se modificaría a finales de la década por la del matrimonio). La pandemia activó, por otra parte, la política de alianzas entre lesbianas y gays, al igual que sucedió en otros países occidentales (Trujillo, 2008).


Siguiendo el hilo de la genealogía radical, hay elementos que comparten los activismos queer con los de liberación sexual de los años setenta, entre ellos la demanda de la transformación social a gran escala y la defensa de la autonomía política, el ubicarse en los márgenes sin perseguir la negociación institucional sino la denuncia en la calle contra las agresiones, y la homo/lesbo/transfobia en sus diversas formas. En esta misma genealogía radical se inscriben muchos grupos que llegaron después, con un ideario queer/cuir y transfeminista, como Bollus Vivendi, Post op en Barcelona, Maribolheras precarias en A Coruña, Migrantes Transgresoras, la Asamblea Transmaricabollo de Sol, el Bloque Andaluz de la Revolución Sexual, y otros tantos por toda la geografía ibérica, a los que hay que sumar la plataforma del Orgullo crítico. Esta última se autodefine, en el manifiesto del año pasado, 2018, como “autogestionada, horizontal, transfeminista, anticapitalista, antirracista, anticolonialista, antifascista, anticapacitista y antiespecista”, llamando la atención sobre cuestiones como el pinkwashing o el homonacionalismo[8].


Recuperar y reconocer esta(s) genealogía(s) radical(es) de la protesta sexual y genérica no significa no tener en cuenta, por otra parte, los cambios legales que también costaron mucho esfuerzo colectivo y que están disponibles para quien quiera hacer uso de ellos, como el derecho a contraer matrimonio (Ley 13/2005), la Ley 14/2006 sobre técnicas de reproducción asistida que abrió la posibilidad de la filiación con independencia de la opción sexual, o la Ley 3/2007 por la que las personas trans tienen el derecho a registrar su identidad deseada (si bien mantiene la consideración de las identidades trans como algo patológico, una cuestión que es urgente modificar). Sin las movilizaciones en la calle poco habríamos conseguido en estos años, y todas, más moderadas o críticas, han ido sumando. Contra lo que a veces se argumenta, creo que la contribución de los grupos queer, ya en marcha desde comienzos de los noventa, de todos los que vinieron después, de los Orgullos críticos, etc., ha sido clave para conseguir esos avances. Sin activismos de corte radical los cambios legales y sociales habrían llegado, pero más tarde. El cuestionamiento de la heterosexualidad como régimen sexual y político, con un especial énfasis en cómo la sexualidad intersecciona con otros factores que pueden acentuar discriminaciones, violencias o vulnerabilidades, como la clase social, el género, la raza, la etnia, la diversidad funcional o la situación legal; la movilización frente a la crisis del sida, la batalla en el ámbito cultural frente a invisibilidades y prejuicios, etc., han sido y siguen siendo fundamentales para la mejora de las vidas de las personas que cuestionamos las normas sexo-genéricas dominantes, y para la sociedad en general.


Inspiraciones políticas


En los últimos años disponemos de interesantes reflexiones sobre qué cuenta o no como un archivo, la queerización de los archivos, las críticas feministas y postcoloniales, los afectos y los archivos, las historias orales o los retos metodológicos, entre otros muchos temas. Más allá de la mera celebración y/o recuperación del pasado y de estos años de lucha y avance colectivos, es importante que nos preguntemos cómo nos interpelan en el momento actual los activismos de los 70 y los años de la (nada pacífica, por otra parte) Transición, y cómo pueden contribuir a activar contrarrelatos, discursos críticos y nuevas formas de imaginación política, que tanto necesitamos. En esta línea, creo que es especialmente interesante, por su relevancia y aportaciones, seguir la pista a las relaciones de los activismos iberoamericanos con los del Estado español (y viceversa), de entonces y de ahora, y las de los movimientos lgtbi- transfeministas en el momento actual con otros o dentro de otras protestas sociales, como ha sucedido con el 15M[9].


Orgullo indignado, Madrid, junio de 2011. Foto: Gracia Trujillo Barbadillo.

Hoy en día nos siguen sobrando los motivos para salir a la calle, pensando desde lo local a lo global (y vuelta): que no nos agredan ni nos maten, que se respete a nuestras familias, que no se acose a lxs chavales diferentes en los centros escolares, ni al profesorado. Que, como decía aquella pancarta de 1977, nos dejen vivir en paz. Tenemos muchos frentes abiertos, y es necesario continuar con la articulación con otros grupos sociales frente a los recortes y las políticas de austeridad en el contexto actual de crisis continuada del sistema neoliberal. Este conjunto amplio de luchas incluye, entre otras, la despatologización de las identidades trans; el control y/o modificación de nuestros cuerpos y sexualidades; los derechos sexuales y reproductivos; el VIH/SIDA; la educación sexual; la lucha por los derechos de ciudadanía para todxs; por los derechos de las trabajadoras del sexo y domésticas; la denuncia de las agresiones homófobas y la mencionada despolitización y mercantilización de la manifestación del Orgullo, entre otras. Pero también incluye, cómo no, la defensa de la sanidad y la educación públicas, los servicios sociales, que no muera ni una persona migrante más en el Mediterráneo, que acaben los desahucios, y la precariedad laboral, etc. Estas también son nuestras reivindicaciones, como parte de esa ciudadanía crítica y activa que somos. Al hilo de esto, no está de más incluir aquí un recordatorio: la Ley 3/2016, de 22 de julio, de Protección Integral contra la LGTBifobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual en la Comunidad de Madrid, recoge en el capítulo VII, la creación de un “Centro de Documentación y de Memoria Histórica LGTBI, que estará coordinado con el sistema de Red de Bibliotecas Municipales de Madrid y Filmoteca de Madrid”[10], No se ha hecho nada todavía al respecto.


Muchxs seguimos reclamando, como hicimos hace ya más de una década, que Orgullo es protesta, que nos queda mucho por conseguir y que, en el contexto actual, los cambios obtenidos pueden también perderse. No es que no nos guste la fiesta; como decía la anarquista Emma Goldman, si no puedo bailar no es mi revolución. Pero no nos olvidemos de que esto será realmente una fiesta cuando hayamos alcanzado ese horizonte de libertad, no discriminación, y justicia que ya demandaban por las Ramblas hace cuarenta (y un) años. En estos tiempos de bolsonaros, salvinis, lepenes y algún partido de extrema derecha en nuestras tierras que prefiero no nombrar, el reto sigue estando, creo yo, en pensar más en objetivos comunes (que en identidades fijas), en alianzas y coaliciones de luchas, aunque sean puntuales, y en seguir fortaleciendo nuestras comunidades político- afectivas. Y en esta línea, recordar los frentes de liberación sexual de los setenta, y sus manifiestos, en los que defendían la necesidad de aglutinar y de considerar la intersección con otras luchas, nos puede servir como inspiración política para seguir defendiendo los derechos y libertades que nos ha llevado varias décadas conseguir.




*Profesora de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y activista feminista-queer. Autora de dos libros, Identidades y acción colectiva (2007) y Deseo y resistencia. Treinta años de movilización lesbiana en el estado español, 1977- 2007 (Madrid: Egales, 2008; 2ª edición en 2020), y de un número amplio de publicaciones sobre teorías y prácticas políticas feministas y lgtbi-queer; memorias y archivos; pedagogías queer, y reproducción y parentesco no heterosexual, entre otros temas. Ha formado parte de proyectos de investigación a nivel nacional e internacional, como el proyecto europeo HERA, Cruising the 1970s. Exploring pre-HIV/AIDS Queer Sexual Cultures, y, como asesora para el caso español, en el proyecto financiado por el ERC, Intimate-Citizenship, Care and Choice. The micropolitics of intimacy in Southern Europe. Recientemente ha coeditado Fiestas, memorias y archivos. Política sexual disidente y resistencias cotidianas en España en los años setenta (Brumaria, 2019); Reimaginar la disidencia sexual en la España de los 70 (Bellaterra, 2019), Maternidades cuir (Egales, 2020) y Queer epistemologies in education. Luso-Hispanic dialogues and shared horizons (Palgrave McMillan, 2020).


Notas al pie

[1] https://lareplica.es/cuarenta-anos-de-orgullo/?fbclid=IwAR0arVuIkEC8nEeQjrHsQ5z-cMpUrSFdN-r5Vn-c8vdNnTuCoRXJWI5P_5E [2] Sobre esta cuestión véase el brillante trabajo de Sara Davidmann, Ken. To be destroyed (2016), sobre un archivo familiar heredado, el “descubrimiento” de que uno de los tíos de la investigadora era una persona transgénero, y los dilemas sobre qué hacer con el archivo.

[3] https://archivo-t.net/ [4] La entrevista que le hice a las archiveras y colaboradoras con el archivo Mercé Otero Vidal, Dolors Majoral y Bárbara Ramajo está incluida en Fiestas, memorias y archivos. Política sexual disidente y resistencias cotidianas en la España de los años setenta, una compilación que he coeditado con Alberto Berzosa (Brumaria, 2019). [5] Este fue el congreso, http://lgbtqalms.co.uk/ El siguiente, al que también asistí, fue el año pasado (2019) en Berlín.

[6] Mi traducción del original en inglés. “Geologies of Queer Studies: It’s Déjà Vu All Over Again” fue la intervención de Rubin al recoger el premio Kessler, del Center for Lesbian and Gay Studies (CLAGS) de la NYU en 2003, y está disponible en el siguiente enlace: https://clags.org/articles/geologies-of-queer-studies-its-deja-vu-all-over-again. Este texto se incluyó en la compilación Deviations: A Gayle Rubin Reader (2012). [7] Escenas de este documental pueden verse en el capítulo “Peligrosos y enfermos”, primero de la serie Nosotrxs somos realizada por rtve, que documenta cuarenta años de movilización gay, lésbica y trans en España. El capítulo está disponible en el siguiente enlace http://www.rtve.es/playz/nosotrxs-somos/

[9] He escrito sobre esta cuestión en Trujillo (2016)



Referencias

Cvetkovich, Ann. 2003. Un archivo de sentimientos. Trauma, sexualidad, y cultura pública lesbianas. Barcelona: Bellaterra, 2018.


Davidmann, Sara. 2016. Ken. To be destroyed. Amsterdam: Schilt


Derrida, Jacques. 1997. El mal de archivo. Una impresión freudiana. Madrid: Trotta.


Foucault, Michael. 2006. Defender la sociedad, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.


Halberstam, Judith/Jack. 2011. El arte queer del fracaso. Madrid y Barcelona: Egales, 2018.


Hall, Stuart. 2001. “Constituting an archive”, Third Text, 15:54, 89-92.


Kingman, Eduardo. 2012. “Los usos ambiguos del archivo, la Historia, y la memoria”, Íconos. Revista de Ciencias Sociales (42): 123-133.


Linaza, Ramón. 2018. “40 años de Orgullo”, en La réplica. https://lareplica.es/cuarenta-anos-de-orgullo/ [accedido el 20 de mayo de 2019]


Rubin, Gayle. 2012. “Geologies of Queer Studies: It’s Déjà vu all Over Again”, in Deviations: A Gayle Rubin Reader. Durham, NC: Duke University Press, 347-356. Disponible en https://clags.org/articles/geologies-of-queer-studies-its-deja-vu-all-over-again/ [accedido el 27 de mayo de 2019]


Shawn(ta) Smith-Cruz, Flavia Rando, Rachel Corbman, Deborah Edel, Morgan Gwenwald, Joan Nestle and Polly Thistlethwaite. 2016. “Getting from then to now: Sustaining the Lesbian Herstory Archives as a lesbian organization”, Journal of Lesbian Studies, 20:2, 213-233.


Trujillo, Gracia. 2008. Deseo y resistencia. Treinta años de movilización lesbiana en el Estado español (1977-2007). Madrid y Barcelona: Egales (disponible también en e-book).

----- 2016. “La protesta dentro de la protesta. Activismos queer y feministas en el 15-M”, en Encrucijadas. Revista crítica de Ciencias Sociales vol. 12. http://www.encrucijadas.org/index.php/ojs/article/view/258ç

----- 2019. “Archivos “en trance”, memorias vivas, y genealogías en reconstrucción. Entrevista a Mercé Otero Vidal, Dolors Majoral y Bárbara Ramajo”, en Trujillo, Gracia y Alberto Berzosa (eds.) Fiestas, memorias y archivos. Política sexual disidente y resistencias cotidianas en España en los años setenta. Madrid: Brumaria, pp. 404- 442.



Este texto es el capítulo escrito por Gracia Trujillo Barbadillo titulado "40 años después. Archivos, genealogías e inspiraciones políticas", publicado en el libro "40 años después. La despenalización de la homosexualidad en España".

Mora, Víctor y Geoffroy Huard (eds.) Madrid y Barcelona: Egales, pp. 251- 269.






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