El interés biopolítico sobre la sexualidad de las mujeres
En este artículo Mabel Bellucci repasa las muestras de resistencia de un sinnúmero de feministas estadounidenses frente a las pruebas de ensayo científico comprometido con la aparición de la pastilla oral, al comprobar que los testeos implementados por los laboratorios norteamericanos se llevaron a cabo con mujeres negras del Harlem y, en especial, de Puerto Rico.
Por Mabel Bellucci*
Sólo en el siglo XX se vivió un sinnúmero de transformaciones: cambios tanto en las investigaciones científicas como en el de la vida cotidiana y sexual. A partir de los años cincuenta, emergió una acentuada preocupación por la explosión demográfica y una puesta en marcha de políticas de control de la natalidad. En Estados Unidos, la aparición de la píldora anticonceptiva oral combinada (PAOC), también conocida como pastilla anticonceptiva o popularmente como "la píldora", su comercialización y su uso se generalizó durante los inicios de los sesenta. La primera promovida en el mercado farmacéutico como anticonceptivos se llamó Enovid. Se hallaba destinada especialmente a las señoras casadas, amas de casa y con un número suficiente de hijos, más que a las solteras tentadas en incursionar en aventuras amorosas. Es decir, hasta 1972, para ellas no estaba disponible en ninguno de los estados de Norteamérica. En sus comienzos, la píldora oral era recetada previa presentación de la libreta de matrimonio. Pese a ese obstáculo, por cierto, la pastilla representaba “el mal menor” ante las complicaciones del aborto ilegal por la práctica clandestina, la numerosa cadena de partos y el infanticidio.
Los servicios médicos de planificación familiar implicaban el empleo intencional de nuevas tecnologías anticonceptivas, comenzó a pensarse como la alternativa más rápida y efectiva para un esperable impacto sobre el descenso de la fecundidad. Así, las mujeres heterosexuales emprendieron el uso de la anticoncepción oral, la colocación de dispositivos intrauterinos. También fueron sometidas, en los países del Tercer Mundo, así como en las poblaciones precarizadas, migrantes del Norte, a las esterilizaciones quirúrgicas masivas de manera involuntaria, sin previo aviso de su práctica.
Las investigaciones científicas comprometidas con la pastilla oral no mostraban su descubrimiento como una consecuencia directa de la revolución sexual predicada, entre otros tantos pensadores, por el sexólogo y psicoanalista Wilhelm Reich durante los años 30, sino que había un interés biopolítico para su impulso. De ese modo, surgieron organismos filantrópicos y académicos abocados a cuestiones demográficas que luego incentivaron un movimiento mundial de programas de planificación familiar voluntaria. A grandes rasgos, fue el conjunto de las instituciones, los procedimientos, cálculos y tácticas científicas de la industria farmacéutica y laboratorios que permitieron ejercer una forma de poder sobre una población específica. En otras palabras, representó la tendencia llevada por Occidente a gobernar sobre la sexualidad femenina, incluyendo soberanía, disciplina y aparatos del saber. Esta pequeña pastilla marcó un punto de ruptura fundamental en la historia de la anticoncepción y la sexualidad. Reglamentaban así a poblaciones completas en torno a su tamaño, crecimiento y movimientos con métodos que se difundían a través de dichas asociaciones internacionales y entidades estatales.
En líneas generales, estaban apoyados por los países centrales para las regiones empobrecidas en los continentes ricos en bienes naturales comunitarios. El clima de recelo con respecto a la pastilla oral prosiguió su rumbo cuando se hizo público que los testeos implementados por los laboratorios norteamericanos se llevaban a cabo con poblaciones pobres del Tercer Mundo y con la comunidad negra en Harlem, Estados Unidos, también. Las primeras pruebas para determinar la efectividad y seguridad de este tratamiento se centraron sobre las mujeres de Puerto Rico, un barrio humilde en el municipio de San Juan, y reclutaron a las de bajos recursos, fértiles y con hijos. Se estima que a lo largo de varios años cerca de 1.500 mujeres participaron en las pruebas. Lo que fue especialmente controvertido era que los científicos no les informaron a las pacientes sobre los riesgos y los efectos secundarios del medicamento. El empaquetado no incluyó ninguna información sobre los riesgos hasta 1978. Después de un año en San Juan los estudios se extendieron a la municipalidad de Humacao, en el este del país, y a la cercana Port-au-Prince, en Haití y en México. También practicaron con enfermas mentales que eran pacientes de un hospital psiquiátrico asociado con Harvard[1]. De allí, que destacadas voces del movimiento feminista advirtió sobre su uso como herramienta de intervención sobre el cuerpo de las mujeres heterosexuales, utilizadas y convertidas principalmente en campos de prueba farmacológica y en rehenes de turbias políticas nacionales e internacionales por esos mismos movimientos de control de la población. Estas pruebas fueron posibles como una política colonialista en países dependientes, pobres y superpoblados[2]. Inclusive, azotó un resquemor a la hora de reivindicar el uso de la píldora oral por más que fuese el primer método contraconceptivo que suministraba una independencia plena a las heterosexuales lejos de la aprobación masculina. Así, ante la situación de dar su consentimiento pesó más en ellas saber que se empleaba a sus congéneres como conejillas de Indias. Muchas feministas negras, lesbianas, de países del Tercer Mundo habían dicho que la revolución sexual y la reivindicación de la píldora era algo de las feministas blancas de clase media, pero que no representaba la liberación de todas las mujeres. Y que para que una feminista de Estados Unidos haya tomado la píldora con tranquilidad, antes una mujer de Puerto Rico había tenido que hacerlo en fase de experimentación[3].
Si bien el nuevo anticonceptivo encarnaba el símbolo de la liberación a la hora de proporcionar el control de la fecundidad también esa potencial libertad gritada a los cuatro vientos, se ligaba estrechamente en términos de emergencia biosocial; emergencias muchas veces marcadas por categorías como la raza, la etnia, el género o la religión de las propias consumidoras. Al representar un cálculo y táctica biopolítica al servicio del imperialismo estadounidense, impedía una posible tregua.
No todo lo que reluce es oro
En 1963, Juliet Mitchell pronosticó -en el mismo instante en que la píldora oral hacía su debut- que repetía fielmente la desigualdad sexual de Occidente y que si bien
“la anticoncepción oral está solamente en sus principios, se distribuye de modo inadecuado entre algunas naciones subdesarrollada de Occidente. En Francia y en Italia, la venta de cualquier forma de anticoncepción sigue siendo ilegal”[4].
Mientras, se cuestionaba duramente a las instituciones extranjeras, de origen estadounidense, volcadas a regular la población bajo el suministro de contraceptivos para mitigar el problema demográfico en América Latina y El Caribe. Pese al listado de denuncias que brotaban de las propias filas feministas blancas y racializadas, esos organismos disponían también otras acciones a cumplir y procuraban dar atención a las demandas de las parejas heterosexuales, en especial a las mujeres, en relación al control de su fecundidad”[5].
De todas maneras, más allá y más acá de la condición económica y del estado civil de ellas, los nuevos métodos anunciaron a las heterosexuales la posibilidad de quebrar su destino de inexorables procreadoras, orientándose cada vez más hacia una maternidad elegida y menos numerosa en relación a generaciones precedentes. De un modo u otro, se les presentaba la ocasión de escoger en primera persona entre el placer sexual y la fecundación biológica, por fuera del arbitrio masculino. Según, la investigadora Agata Ignaciuk:
“El impacto de la píldora fue enorme: al augurar una plena eficacia en prevenir el embarazo cambió los estándares de la anticoncepción en general. A la vez, contribuyó al desarrollo de nuevas formas de medicina preventiva, dado que su uso demandaba visitas médicas regulares. Precisamente, esta necesidad de seguimiento médico fue el factor decisivo para la incorporación de la planificación familiar a la medicina institucional”[6].
De igual forma, no todo se mostró con la eficiencia esperada. Por ejemplo, quedó pendiente solucionar los fracasos, es decir, los embarazos involuntarios cuando el método no funcionaba correctamente. Hasta entrado los años cincuenta, las formas más difundidas para evitar una gestación pasaban por el uso del condón, óvulos, cremas, diafragmas, puchones cervicales, DIU, coitus interruptus y la abstinencia sexual durante el período menstrual. Asimismo, estaba el método del calendario, las esterilizaciones quirúrgicas y el aborto voluntario constituyó una salida recurrente. Situación que no ha cambiado demasiado a lo largo de las décadas posteriores. En ese entonces, se incluía a la práctica abortiva como parte de la anticoncepción, por más que con el alcance científico sobre el embarazo y la fertilidad, por primera vez la anticoncepción quedó separaba del aborto voluntario. Sin más vueltas, la ensayista Germaine Greer, en 1986, lo sostenía de esta manera:
“Dada la frecuencia con que muchos métodos anticonceptivos sólo pueden calificarse como abortos disimulados, es justo considerar el aborto como una extensión de dichos métodos”[7].
En relación al preservativo, se lo desplazó por estas nuevas técnicas de control de la fecundación. Anteriormente, se los extraían de las máquinas automáticas en los baños públicos masculinos, cuando las enfermedades de transmisión sexual (ETS) preocupaban por su masividad entre las capas medias frente al hábito por parte de los varones heterosexuales de consumir prostitución. El sexo pago permitió, por un lado, preservar la virginidad de las futuras cónyuges y, por el otro, explorar todo lo que un matrimonio monógamo, reprimido y pudoroso no toleraba incluir.
Entre lo viejo por morir y lo nuevo por nacer
Bajo una rápida apreciación, el mundo de las alcobas franqueó un camino sinuoso, pero aún “tironeado”. Se presentaron serias dificultades para el acceso a la anticoncepción moderna, la más de las veces, difundida boca a boca sin una información apropiada: olvidos en cuanto a mantener una regularidad en su consumo, posibles riesgos para la salud. Aparte resultaba un bien destinado para un grupo social reducido. La idea de que el cuidado por el embarazo, o posibles efectos secundarios de la anticoncepción oral, quedaba bajo la competencia de las mujeres significó un sino sin vuelta atrás. No cabía duda de que liberó a los varones de su rol tradicional en el empleo del preservativo, sin que se propiciase políticas referidas a la sexualidad y a la reproducción biológica también para ellos. Al parecer ellas resolvían solas como si fuera una carga que debía sostener por fuera de la pareja heterosexual y asumir la responsabilidad de dicha decisión. En cambio, la posibilidad de prevenir un embarazo encaminó una serie de cambios sociales en cuanto a disponer de mayor libertad sobre su participación en el mercado laboral, en el matrimonio o en la propia maternidad. Si retomamos a Agata Ignaciuk, aparece una contundente afirmación:
“No parece exagerado relacionar el lanzamiento de la píldora con el nacimiento de la Segunda Ola del feminismo como un movimiento masivo”[8]. Fue en esa dirección que la historiadora estadounidense Linda Gordon propuso con tanto criterio que la historia de la anticoncepción significaba una clave fundamental para comprender la historia de la emancipación femenina y, además, la historia de las transformaciones de los roles de géneros en la sociedad industrial[9].
Durante los años sesenta, las mujeres heterosexuales que se embarcaban en una vida sexual sin ataduras y requerían de una protección anticonceptiva, comprobaban que los métodos del momento eran todos, de alguna manera, incómodos e ineficaces. Por ejemplo, el preservativo masculino no les resultaba demasiado atrayente por estar asociado con las casas de prostitución, las aventuras pasajeras y con las enfermedades de transmisión sexual. Aparte, para que fuese eficaz se debía adoptar un número de precauciones para evitar su rotura y el convencimiento constante a la masculinidad de emplearlo sin concesiones. Mientras, el diafragma debía usarse de manera combinada con cremas espermicidas bajo la exigencia de aprender a colocarlo en el lugar correcto. En cuanto al Dispositivo Intrauterino (DIU) en la mayoría de los casos no era bien tolerado y en ocasiones expulsado por el propio cuerpo. De alguna manera, la píldora oral resultó ser la práctica más adecuada. Volviendo al relato de Greer, el uso de las pastillas implicaba correr ciertos riesgos:
“Su efecto secundario es el problema del cáncer. Exigen extensos estudios que hasta ahora no se han realizado. Su problema es que simplemente no sabemos cuál es la verdadera situación. ¿Qué arriesgamos y en nombre de qué?” Aún no asomaban a la palestra elementos de juicio claros y los pocos que circulaban no eran tranquilizadores. Entre ellos, los derivados de la investigación de las compañías farmacéuticas, así como la resistencia de dichas corporaciones a actuar sobre la base de sus comprobaciones[10].
Por último, una de las dudas partía del alto costo de su venta y del control que ejercían los dispositivos médicos para ser recetadas a las solteras. Por otro lado, su advenimiento promovió consideraciones agraviantes y discriminatorias no solo por parte de las prédicas religiosas sino también de las instituciones estatales. Se pensaba que su consumo volcaría a las jóvenes modernas a una masculinización producto de no querer fecundar. Encima, su sexualidad se tornaría más activa y desenfrenada. Y como todo lo nuevo, por un lado, generaba incertidumbres y, por el otro, se ignoraban sus efectos nocivos. Las pastillas aún requerían de mejoras técnicas adicionales. Al mismo tiempo, había dificultad en el acceso y la poca información que circulaba no era tranquilizadora. Por lo tanto, este método anticonceptivo, como fue comprobado años más tarde, si bien resolvía con ardides el final tan temido por parte de las potenciales abortantes, tenía secuelas a largo plazo que provocaban trascendentes complicaciones de salud. No obstante, a las mujeres heterosexuales se les presentaba la ocasión de escoger en primera persona entre un método conocido por generaciones tras generaciones como era el aborto voluntario y otro por conocer, la pastilla oral.
*Activista feminista queer.
[2] Este acontecimiento se repite en este presente con la fabricación de las vacunas potencialmente exitosas contra el COVID-19 ya que las pruebas de ensayos se realizarán en las favelas de Brasil, es el caso de la Rocinha, la favela más grande de ese país, donde la pandemia está devastando las zonas marginales de Río de Janeiro y de Sao Paulo. También se harán prácticas en Argentina, Bahrein, Sudáfrica y Tailandia. Al respecto, Médicos Sin Fronteras (MSF) emitió este comunicado: “urgimos a los líderes del mundo que exijan a las corporaciones farmacéuticas que se comprometan a vender cualquier posible futura vacuna a un costo fijo, ya que Gavi, la Alianza de Vacunas, se prepara para lanzar un mecanismo global para negociar con las corporaciones sobre tales vacunas, y hace un llamado a los gobiernos a crear un fondo para comprar estos insumos para los países en desarrollo. Gavi se creó hace 20 años para pagar las vacunas en los países más pobres del mundo”.
[4] Mitchell, Juliet ( 1970): “Las mujeres: la revolución más larga” en Margaret Randall (comp.) Las Mujeres, México, Siglo XXI, p. 122. [5] Felletti, Karina ( 2010):La revolución de la píldora. Sexualidad y política en los sesenta, Buenos Aires, Edhasa, p.45. [6] Ignaciuk, Agata (2002):”Discursos feministas sobre el aborto y la anticoncepción discursos feministas en Italia (años setenta) y Polonia (años noventa)” España, Instituto de Estudios de las Mujeres de la Universidad de Granada, p.22 .
[7] Greer, Germaine (1986): Sexo y Destino, Buenos Aires, Emecé, p.159. [8] Ignaciuk, Agata, op.cit, p.21.
[9] Ignaciuk, Agata. Memoria del Seminario Internacional Anticoncepción, maternidades y derechos de la salud en los siglos XX y XXI. Aljaba [online]. 2010, vol.14 [citado 2013-08-01], p. 217-221.
[10] Germaine, Greer, op. cit. p.133.
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Cómo citar este texto:
Bellucci, Mabel.
"Cuando la pastilla oral comenzó su ruta. El interés biopolítico sobre la sexualidad de las mujeres ".
Moléculas Malucas - Junio de 2020.