Resistencia travesti en la razia del 23 de noviembre de 1996
En este artículo Ana Álvarez testimonia sobre uno de los tantos operativos policiales que fueron realizados contra travestis en el barrio de Palermo durante la década del '90. Si bien estas redadas brutales formaban parte del cotidiano de las travestis a lo largo de todo el país, ésta en particular se caracterizó por el uso de autos de civil usados por oficiales de policía que, cargando armas de fuego, sometieron con violencia extrema a las arrestadas con el propósito de doblegar al activismo. Eran momentos en que la resistencia travesti intentaba organizarse con los pocos recursos que poseían: desde la “estrategia de la vestimenta” hasta convocar a aliad*s y medios de prensa frente a las comisarías para demostrar que “el pacto de silencio entre prostitutas y policías” estaba roto. Las compañeras travestis ahora no solo entendían cómo hablar en público sobre los edictos y la represión que padecían, sino que además esa defensa colectiva colaboraba a sacarlas de la absoluta soledad a la que las condenaba el silencio de la noche.
Por Ana Álvarez
La noche del martes 23 de noviembre de 1996 comenzó tranquila en las calles adoquinadas de Palermo. Como todos los días, al atardecer, las travestis salieron a trabajar desde las contadas pensiones y viejos hoteles dispersos por el barrio. Montadas en tacos altos, minifaldas de cuero negro, chifón, largas cabelleras o pelucas rubias, morochas o rojo fuego, en pocos minutos llegaron a sus respectivas paradas. Muchas de ellas decían con orgullo “en Palermo estamos las más diosas”. En el circuito comprendido entre las calles Güemes, Honduras, Oro y Godoy Cruz, las chicas exhibían sus cuerpos voluptuosos como si estuvieran desfilando en una pasarela. Los autos pasaban lentamente con la ventanilla baja para, discretamente, negociar los precios de una noche de placer secreto. Todo parecía transcurrir con calma. Alrededor de las nueve de la noche luces azules intermitentes avanzaron rápidamente sobre las calles. Varios automóviles de civil, con sirenas apoyadas en sus techos, cercaron la zona hasta bloquear las salidas. Agentes sin uniforme ni identificación ocuparon el espacio a los gritos cargando armas de fuego en sus manos. Este fue el comienzo de uno de los tantos operativos policiales violentos de la época que quedó sellado a fuego en la memoria de las pocas protagonistas que aún siguen vivas.
Una de ellas, Romina Campo, en aquel momento activista travesti y luego exiliada en París, nos cuenta desde Francia a través de un mensaje de voz:
Yo estaba en Nicaragua y Godoy Cruz cuando aparece un auto y se bajan con revólver en la mano. Salí corriendo para Oro y de allá venía corriendo Viviana Burgos, y nos chocamos. En ese momento, pasa el negro Fabián en el taxi que traía a la Valeria Bravo y a la Popea desde Soler y Oro. Cuando me ve dice “¡pará, que es la Romina, la Romina!” Me abre la puerta, me tiro adelante, me agacho y en la otra cuadra la alzamos a Fernanda la Uruguaya y a la Nicole Barros.
Cuando pasamos por Godoy Cruz, entre Salvador y Honduras, la tenían a la Coni en el piso con un policía con un pie en su cabeza. Como eran policías nuevitos, uno había sacado el arma. La tenían entre tres policías. La habían arrastrado por el asfalto y tenía toda la parte derecha de la cara lastimada, desfigurada pobrecita. Y eran cuatro milicos en ese momento, porque venían dos por patrullero. Les digo “bajemos que nosotras somos más. Nos bajemos, nos bajemos que los botones son cuatro.” Y Fabián dice “mirá como la tienen a la pobre Coni.” La Coni era chiquita, le habían volado la peluca rubia y tenía la pollera y la remera blanca, todas manchadas de sangre. Y yo le digo “pará el taxi” Y yo me bajé y cuando las locas vieron que me bajé, nos tiramos todas contra los policías y se armó una que nos pegaban, y nosotras obvio que nos defendíamos. Nos defendíamos, nos defendíamos del abuso arbitrario que era en ese momento.
Pero esa vez no reconocimos los autos. De repente nos rodearon varios autos que no conocíamos. Ni eran patrulleros, que ya los conocíamos y nos escapábamos fácil, ni eran los Falcon que usaban los de Moralidad. Por primera vez, la comisaría 25 en combinación con la 23 usaron la Brigada de Civil para arrestarnos esa vez. Por eso caímos un montón y fue duro.
A mí me metieron en el patrullero aunque me resistí y me arrastraron al calabozo ciego esposada de pies y manos. Y ahí me tiraron agua y vinieron a patotearme y a golpearme. Ellos sabían dónde golpearnos para que no quedaran marcas. Y amanecimos en la comisaría.
Con el correr de las horas el calabozo en el que fue alojada Romina y los aledaños se fueron llenando de detenidas. Fueron quince en total y ninguna de ellas fue fichada al ingresar.
A la madrugada sonó el teléfono en mi casa. Era Lohana Berkins, activista y amiga, que me llamó para que la acompañara a la comisaría: “No sé si las molieron a golpes. El tema es que les sacaron plata y no las liberan. Cuando las larguen las van a cagar a palos. Hay que ir con otra gente para ver cómo están y que la cana vea que están acompañadas. Si voy yo sola me meten a mí también.” A las ocho de la mañana Lohana y yo, junto a la monja oblata Manuela y Alejandro Soria, pastor de la Iglesia Metropolitana, nos subimos a un taxi y nos dirigimos hasta la comisaría 25, en la avenida Scalabrini Ortiz al 1300 [1]. Lohana solo sabía los nombres y apellidos de dos presas, pero no estaba segura que fueran los legales. Romina era una de ellas. Al ingresar preguntamos por las detenidas a un policía que, sin mirarnos a los ojos, ordenó por un teléfono interno que trajeran a “A.R” (usó el nombre estatal de varón). Transcurrió un largo rato hasta que trajeron a Romina. De contextura pequeña, llevaba puesto un vestido negro muy corto y collares con los que jugaba nerviosa mientras hablaba. Aún conservaba rastros de maquillaje y un ojo morado por el golpe de un policía. Fue ella la primera que nos contó lo sucedido aquella noche y que hacía unas horas un policía había bajado para decirles que si se quedaban tranquilas las liberarían por la mañana. Lohana le pidió por favor que volviera al calabozo a buscar los nombres del resto de las chicas y también le preguntó el de ella: “pero tu nombre trucho Romina, el de varón, porque el verdadero es el que vos elegiste”.
A los pocos minutos llegó Nadia Echazú, principal activista travesti de la zona de Palermo, vestida con un jean y una remera rosa. Cuando Romina volvió con los nombres escritos le preguntó a Nadia si ella pensaba que las dejarían detenidas por 24 horas. “Este es el resultado del lobby de la policía. La nueva Constitución no les permite que te lleven, así que la estrategia es hacer quilombo, hay que patear puertas. Porque de lo contrario ellos cumplen con las estadísticas, quedan bien con los vecinos y encima nos cobran la multa…. Acá vienen a dormir un montón de canas de provincia (de Buenos Aires) y si hacés quilombo no los dejás dormir… no hay que quedarse tranquila porque así te quedas a vivir acá”. Enseguida Romina se levantó y dijo: “Hablen con el Principal. Ahora empezamos con el quilombo”.
El momento político
Los operativos brutales y la violencia policial ejercida contra las travestis durante las detenciones eran moneda corriente en todo el país y estaban amparadas legalmente en los edictos policiales vigentes. Aunque el Reglamento de Procedimientos contravencionales explicitara en sus artículos 101 que había que labrar un acta y en el 104 que “todas las actas y declaraciones se firman en el acto mismo de su instrucción por el declarante y por el jefe de servicio”, esto no se cumplía. Amparados bajo la espúrea legalidad de los edictos se montaban toda una serie de procedimientos violentos e inconstitucionales.
Como diversxs autorxs han escrito en Moléculas Malucas, los edictos, la vigilancia y la brutalidad policial eran parte de la vida cotidiana de maricas, travestis y prostitutas desde el siglo pasado, aunque tomaron virulencia en la década infame, como cuentan Diego Galeano y Cristiana Schettini en su artículo Contra locas y putas. Pero al menos desde 1994 y hasta 1998, cuando los edictos fueron derogados, estas detenciones de travestis pasaron de ser “procedimientos de rutina” (o repetición disciplinaria) a acontecimientos políticos. La violenta razia del 23 de noviembre de 1996 no fue parte de esa rutina. Una de las razones por las cuales Romina la recuerda es por el uso que se hizo de armas y de autos de civil, así como por la descarada brutalidad policial durante el operativo y dentro los calabozos. “Fue duro porque lo que querían era darnos un escarmiento.”
Para entender este cambio de intención en la acción policial es necesario dar cuenta que, a nivel nacional, durante los años del menemismo se terminó de imponer un proyecto neoliberal que incluyó la privatización de empresas y recursos del Estado, recortes en los derechos laborales y se produjo una profunda pobreza. Hacia 1998 casi un 30% de la población era indigente y el desempleo y el hambre eran más agudos en las provincias del Norte, de donde migraban la mayoría de las travestis habitantes de Buenos Aires durante esa década.
Pero a nivel local, hay dos elementos centrales para entender este intento de “escarmiento”. Por un lado, la autonomización de la ciudad de Buenos Aires y, por el otro, el naciente activismo político travesti dentro de un movimiento glttb creciente.
Con respeto a lo primero: La nueva Constitución Nacional de 1994 no sólo permitió la reelección de Carlos Menem, sino que también estableció que la ciudad de Buenos Aires tendría un régimen de gobierno autónomo con facultades propias de legislación y jurisdicción. En agosto de 1996, el radical Fernando de la Rúa asumió como jefe de gobierno y, un mes más tarde, la Asamblea Constituyente de la Ciudad, elegida con votos de una mayoría progresista, creó la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires. Uno de los debates centrales giraba en torno de la eliminación de los edictos policiales y la consecuente creación de una justicia contravencional. Las presiones para mantener vigentes los edictos no eran menores: desde la institución policial hasta el presidente Menem y el mismo De la Rúa en la ciudad jugaban con la nueva figurita de la “inseguridad” para crear un clima de terror. Pero la institución policial, que desde los ochenta y con la pobreza creciente, devino en brazo central de la represión a pobres, putas, travestis y maricas, también ocupaba las tapas de los diarios por los crímenes que cometía y por casos de “gatillo fácil”, extorsión y narcotráfico. Unos años antes, desde comienzos de la década de los 90, los organismos de derechos humanos se unieron a activismos barriales (centralmente pobres) para denunciar a la institución policial. El flamante movimiento glttb, en particular las travestis, participaron con velocidad durante los días de sesión de la Asamblea para imponer la derogación de los edictos, hecho que se concretó a los tres meses de asumido el nuevo cuerpo legislativo en marzo de 1998.
Con respecto al activismo travesti de la época, algunos textos presentados en Moléculas Malucas sirven para dar cuenta de sus complejidades: desde los intentos de constituir organizaciones políticas a partir de los años ochenta, como cuenta Marce Butierrez en Paz, Pan y Trabajo; hasta más revulsivos y capilares como las rebeldías de Marcela La Rompecoche en la entrevista que le realizó Ivana Tintilay; o el homenaje a la Mocha Celis, escrito por Pablx Costa Wegsman, y tantas otras que resistían con sus cuerpos, sus risas y ánimos de vivir el horror de la persecución constante. Pero es indudable que fue desde comienzos de la década del 90 cuando el activismo político travesti pegó el gran salto con la participación en el espacio político público. Durante ese período, una creciente población travesti migrante de las provincias del Noroeste argentino se concentró en barrios porteños como Constitución o Palermo Viejo, donde algunos hoteles las aceptaban si pagaban, a diferencia del resto de lxs inquilinxs, precios exorbitantes. Escapándose tanto del hambre que habían dejado las políticas menemistas, como de las penas de los edictos policiales que en algunas provincias llegaban a 30 días, llegaban a Buenos Aires soñando, quizás, que algún día se mudarían a Europa. Primero Travestis Unidas (TU) con Kenny de Michelis y Sandy González y luego Asociación de Travestis Argentinas (ATA), con Claudia Pía Baudracco y María Belén Correa, la convocatoria entre las travestis para resistir a la policía y derogar los edictos creció con rapidez. Como recuerdan Nadia y Lohana en la entrevista aquí publicada, si bien en los comienzos la relación con grupos de lesbianas y gays fue difícil, eso fue cambiando rápidamente. Recordemos que la consigna de la Marcha del Orgullo de 1995 era “Vigilemos a la policía.” A comienzos de 1996 la relación floreció en el primer Congreso del movimiento en Rosario. Particularmente Carlos Jáuregui y su agrupación Gays por los derechos civiles (Gays DC) acompañaron a las travestis en esos primeros momentos. También lo hicieron lxs abogadxs Angela Vanni y Marcelo Feldman, quienes trabajaban en el equipo jurídico de Gays DC.
Otra ruta de visibilidad de las activistas fue su participación en programas de televisión sensacionalistas y nacientes talk-shows, principalmente los de Mauro Viale y Lía Salgado. Con la privatización de los medios de comunicación los canales de televisión entendieron que el “rating” crecía con rapidez si invitaban travestis. Su participación creciente no sólo les permitió entender cómo hablar en público sobre los edictos y la represión que padecían a diario, sino además sacarlas del exclusivo ámbito del silencio de la noche.
Una noche a mediados de 1995, la agrupación ATA, bajo la influencia de Angela Vanni, decidió implementar la “estrategia de la vestimenta”. Así la recuerda Ivana Tintilay, archivista y trabajadora sexual travesti:
Y ahí fuimos todas, sin ganas ni esperanza, acostumbradas a tantas respuestas vacías. Pensábamos que no tenía sentido ir, si de todas maneras, digan lo que nos digan, íbamos a terminar presas. La cita fue en el departamento de María Belén Correa donde también vivía Claudia Pía, en Palermo. Ahí estaba sentada Ángela, que ya era parte de la agrupación GaysDC y había sido mandada por Carlos Jáuregui. Le hicimos un descargo de todos nuestros reclamos, de que estábamos hartas. Hicimos catarsis. Ella nos escuchó y concluyó enseguida: “Si el problema es que ellos con los edictos en la mano dicen que ustedes se visten de mujer, entonces hay que calzarse los jeans y tener el DNI en la mano”. Imaginen ustedes los gritos pelados de todas. ¡Muchas trabajábamos desnudas y ahora nos venían con vestirnos de hombre! Yo, orgullosa de mi cuerpo desde siempre, estaba acostumbrada a andar desnuda en pleno invierno, sin bombacha ni corpiño, cubierta solamente con mi tapado de zorro hasta el piso, divina total. ¡Y esta me venía con jeans y camisa! Me levanté a los gritos y abandoné la reunión, mi última reunión. Me resistía a vestirme de hombre. Pero aun así, al irme, sentí algo distinto esa noche, ella no era igual al resto. Había en ella una mirada, un hablar que transmitía seguridad... [2]
Otras activistas travestis, en cambio, siguieron el consejo de Vanni y adoptaron un atuendo “unisex”, no solo para mostrarse en los programas de televisión sino, aún más importante, para trabajar en las calles a la noche. Así, según la lógica de Ángela, la policía no podría arrestarlas debido a que no estaban haciendo “exhibición obscena” ni utilizaban ropas “del sexo contrario”. Este atuendo, acompañando de una actuación más “recatada”, les permitiría además de caminar con libertad por el espacio público, ser aceptadas por el común de la gente y, por último, devenir ciudadanas. Pero también Ángela les enseñó otra resistencia que había sido usada por el Frente de Liberación Homosexual en los ’70 o por la Comunidad Homosexual Argentina en los ’80, como fue escribir en el acta de detención la palabra “apelo” al lado de la firma.
Potencia activista travesti
Volvamos a la noche del 23 de noviembre. Cuando Romina bajó a los calabozos para armar la lista con los nombres de las detenidas, nos quedamos un tiempo esperándola. En la vereda estaban Nadia y Lohana acompañadas por unas veinte travestis, todas en pantalones y muchas de ellas mostrando orgullosas una flamante tecnología, los teléfonos celulares. Mientras Lohana hacía llamados a algunos políticos conocidos, Nadia se encargaba de llamar a los medios. En algún momento, salió un policía a advertirnos que si no nos íbamos nos meterían a todas presas. Sin pestañar, Lohana agarró el megáfono y a los gritos reprodujo entre los peatones la amenaza recibida. Eran alrededor de las diez de la mañana y el tránsito comenzaba a espesarse. Desde los coches, hombres solos les sonreían a las chicas, les decían piropos y les tocaban bocina. En la escuela primaria lindera a la comisaría, maestras y secretarias se asomaban desde los ventanales a preguntarles a las travestis qué es lo que estaba pasando. Mientras tanto cantábamos “Travestis unidas jamás serán vencidas” y luego “Libertad, libertad”. Pasadas las once, un policía salió a decirnos que el comisario nos iba a recibir. Pero Lohana y Nadia respondieron que si no liberaban primero a las presas no entraría nadie. Pasó poco tiempo hasta que las detenidas, lentamente, comenzaron a salir de a una. El sol les pegaba en sus rostros cansados, cargaban un bolsito y vestían pantalones.
Cuando todas fueron liberadas, antes de que entráramos a la comisaría, Lohana con su sonrisa pícara me propuso que grabara a escondidas la discusión. Como si la dictadura militar no hubiera pasado, me negué por terror a las consecuencias. Enseguida Lohana ordenó “va a ser Nadia la que hable primero”. Al ingresar fuimos conducidxs a una oficina y allí, atrás de un escritorio, nos esperaba el flamante comisario De Farjot y unos minutos más tarde vendría el jefe de calle, Vicente Ramos. El tire y afloje con el comisario y el que aceptase recibirnos demostró que el contexto político estaba cambiando con velocidad, a pesar de las intenciones policiales.
Nadia discutió con el comisario por un tiempo prolongado, firme y sin vacilar, sobre la letra de los edictos, la figura del Escándalo o exhibición obscena. Lohana también hizo lo suyo y se centró en los procedimientos ilegales que habían sido utilizados en el operativo. Tanto en la disputa semántica sobre la figura del Escándalo, así como en los procedimientos violentos, las activistas estaban articulando un discurso sobre sus demandas, algo que la policía no imaginaba y que no aceptó con facilidad. Recordemos que un par de meses antes había desaparecido Mocha Celis y que al año siguiente Nadia Echazú sería brutalmente golpeada en la misma comisaría a tal punto que el caso fue uno de los centrales en el informe de Amnistía Internacional “Crímenes de Odio, conspiración de silencio” presentado en Buenos Aires en 2001.
Pero tanto el operativo desplegado que pretendía “normalizar” una violencia aún mayor a la cotidiana, así como la negativa del comisario a recibir a las activistas travestis, ponían de manifiesto el intento de la policía de negar que las transformaciones políticas de la ciudad y el país tenían impacto sobre “su” territorio, su jurisdicción. Intentaban también mandar un mensaje solapado a las travestis: quien resiste, pierde. Una voluntad de re-construir a las travestis como “cuerpos dóciles”, que aceptaran que han actuado mal, que siguiesen pagando coimas aun siendo golpeadas, violadas y hasta asesinadas. Que sufriesen en silencio.
Si bien para mí esa mañana fue difícil descifrar la discusión con el comisario por los sobreentendidos entre travestis y policías, tomé notas de todo lo que pude. La disputa giró alrededor de dos temas centrales. Por un lado, los procedimientos policiales “irregulares” en esta situación y, por el otro, los “excesos” cometidos en el operativo. De Farjot dijo en tono seco que había asumido tres días atrás la jefatura de la comisaría: “De la noche del lunes al martes, hice avisar mediante los oficiales que la gente se vaya, que no podían estar…. En tres días, desde que llegué a la comisaría, limpié la zona de travestis, allané casas por usurpación. A mí me dan un reglamento para cumplir.” Nadia replicó que “no están exhibiendo el corpiño. A la gente eso le molesta.” El comisario le respondió “Pero es exhibición obscena si usted va insinuantemente.” Nadia le rebatió que era peor que anduviesen sin corpiño. Pero el comisario insistió que mientras estuviesen en la calle “ustedes van a seguir viniendo”. Nadia le anticipó que no se iban a ir porque esa era su única fuente de trabajo. “Acá hay algo que no está funcionando, usted quiere trabajar y yo no puedo dejarlo trabajar”, insistió el comisario.
En el empecinamiento del comisario en mantener el argumento de que el arresto se debía a la contravención a la figura del Escándalo se observaba que el problema no era la ropa ni lo escandaloso sino en el ser travesti. Para él arrestar a una travesti era legal si iba “insinuantemente vestida contra lo que la cultura del pueblo dice”. La discusión aumentó de tono y Lohana insistió: “Venimos a discutir los malos tratos, a reclamar que se terminen los atropellos ilegales, el ‘yo te mato a golpes’. Que no nos dejen hacer una llamada telefónica”. Por su parte el comisario trataba de convencerlas que ellas eran “notorias” y por eso había que limpiarlas de la calle. Nadia enfurecida, le contestó que “la policía va a buscarnos debajo de la puerta. Acá las chicas le pueden describir los órganos sexuales de algunos de los canas” […] yo tengo entendido que usted ha puteado a una compañera. Mi amiga puede ser un puto la concha de su hermana. Yo he sido golpeada por personal de esta comisaría y me tratan como una delincuente.” El nombrar la tortura bajo el epíteto de “golpes”, las violaciones como “favores sexuales” si bien aún tímido, desnaturalizaba la violencia policial y abría el camino a las travestis a reconocerse como personas. Pero a su vez, para nosotrxs, aliadxs, quienes ya vivíamos el respiro democrático y empezábamos a perderle el miedo a la policía, mostraba la brecha que existía con travestis, trabajadoras sexuales, pobres y migrantes. Pero tampoco nos era fácil entender estas realidades tan distintas. Como resumiría Lohana, a las únicas que les decían “ustedes siempre con la policía” era a ellas. Este operativo y el llevarnos con ellas, servía para protegerlas (quizás) pero también para educarnos en su realidad.
Más adelante Vicente Ramos insistió que había travestis violentas y puso como ejemplo a una que lo había amenazado “con un vidrio con sida. La gente es mala” Y Nadia le respondió que: “A la gente que saca un vidrio, la policía no la trae. Trae a las compañeras calladitas que se suben tranquilitas.” En cierto momento este intenso cruce verbal comenzó a parecerse más a un diálogo tranquilo, tal vez debido a que las travestis empezaban a convocar a personas de clase media urbana para que las acompañaran a las comisarías y, aún más importante, la presencia creciente de los medios de comunicación. Para ellas mismas, era también un ejercicio de discutir letra y procedimiento de los edictos, rompiendo la relación “natural” entre travesti y calabozo [3].
Hacia el final el comisario intervino: “Vamos a ponernos de acuerdo, a llegar a un acuerdo. Que haya un margen de transa. Yo no digo que no haya malos tratos. … Ustedes empiecen a ser menos notorias. Dicen que hay algunas que se abalanzan sobre los coches…Si el vecino no se queja, para mí no es problema.” Nadia insistió hasta el final en que “se levante a las personas que infringen edictos”, que detengan “a Echazú por andar con minifalda y no por ser travesti”. El comisario pareció no responderle y, quizás molesto por la presencia de Alejandro y mía, remató: “La prostitución y la policía es un mal de siempre y hasta ahora se mantuvo un trato. Antes el que estaba trabajando guardaba el secreto.” En ese momento no entendí qué quiso decir, pero sin duda era un pensamiento que era el mismo que el de los policías de calle, y era que la prostitución debía esconderse de la mirada pública y que, como dueños del territorio barrial, los policías lo permitían siempre que se mantuviese en secreto: ellas pagan y nosotros aceptamos. Las activistas les demostraron que, aún con grandes desventajas, este silencio –“trato” según la magnánima lectura del comisario- fue roto.
Aún de corto alcance, la maniobra de la vestimenta formó parte de un conjunto de estrategias tácticas políticas activistas que, a veces en contradicción, hicieron visible a grupos de diversidad sexo genérica y progresismos hetero cis (como las organizaciones de derechos humanos) la extrema exclusión y la precariedad de su existencia fruto de múltiples violencias.
El operativo policial del 23 de noviembre de 1996 no fue exitoso en lo que pretendía: que las travestis se aterrorizaran tanto que dejaran de denunciar a la policía. Pero también, la discusión con el comisario mostró que la estrategia de la vestimenta unisex no evitó que siguieran arrestando a las chicas por infringir edictos, en particular, el usar la maleable figura de Escándalo, para detenerlas, extorsionarlas y violentarlas. Lo que Nadia le pide al comisario, “A Echazú por usar minifalda, no por travesti” se muestra como un deseo, quizás en creer en que el mundo de las leyes democráticas las alcanzaría. Pero también el poder enunciar este vínculo indisoluble entre escándalo y travesti fue un paso importante para deconstruir estas estrategias policiales que funcionaban con el disciplinamiento violento y su naturalización en las propias travestis.
Notas al pie
[1] Es necesario remarcar que estas personas eran parte de una coordinadora en la que participaban diversas organizaciones y personas LGBTTTI, además de otras, que se formó en torno a la derogación de los edictos y que luego paso a llamarse “Vecinos por la Con-Vivencia”. Una de sus funciones era la que aquí se decribe: ir a las comisarías para hacer presión.
[2] Tintilay, Ivana. La gran matriarca de las travestis. En: Ángela Vanni. La guardiana de las travestis. Moléculas Malucas, 10 de julio de 2020.
[3] Meses antes, en el mes de abril, en una manifestación similar frente a la comisaría 23, donde las activistas travestis con algunxs activistas gays y lesbianas aliadxs pedían por sus compañeras, la reacción de la policía fue muy distinta: las amenazaron y ante la resistencia, salieron a golpearlas. Esa noche varias travestis junto a Angela Vanni y el activista de Gays DC, Marcelo Ernesto Ferreyra, fueron golpeadxs y encarceladxs.
Agradecimientos
A Romina Campo y a Ivana Tintilay. A María Belén Correa, Cecilia Estalles y a las compañeras del Archivo de la Memoria Trans. A Fabián Uset. A la colectiva editora de Moléculas Malucas.
Cómo citar este trabajo
Álvarez, Ana. “Ahora empezamos con el quilombo”. Resistencia travesti en la razia del 23 de noviembre de 1996.
Moléculas Malucas, octubre de 2022.
https://www.moleculasmalucas.com/post/ahora-empezamos-con-el-quilombo
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